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Por: Paula Fredes Cortés
Un grupo de niños y niñas está sentado alrededor de una mesa en medio de un parque. Todos son compañeros de curso y tienen entre tres y cuatro años. En sus manos sostienen muchas hojas de árboles que seleccionaron según su gusto personal. Las observan y tocan. Algunos las calcan sobre un papel y otros las ordenan por tamaño. Con los minutos comienzan a notar que existen distintos tipos, que se diferencian por sus bordes, color o procedencia. Los pequeños estudiantes no lo saben, pero la actividad se convirtió en su primer acercamiento científico con el mundo de las plantas.
Este es un ejemplo de las diversas dinámicas utilizadas para acercar a los y las infantes a la ciencia, por medio del método de indagación científica, herramienta pedagógica que permite observar, definir preguntas, recopilar evidencia e interpretar resultados, en otras palabras, comprender el mundo a partir del entorno que los rodea, a través del uso de materiales didácticos que están disponibles en sus jardines infantiles o comunidades.
“Cuando estás trabajando con niños pequeños y desarrollas experiencias vinculadas a la enseñanza de la ciencia, fortaleces el pensamiento científico desde la primera infancia, lo que es muy importante, pues en esta etapa generan las bases que van a orientar su pensamiento en el futuro”, describe Macarena Ocáriz, especialista en didácticas de las ciencias en primeras edades.
Así también lo indica el estudio “Programas eficaces para la primera infancia” de The Open University, que señala que esta etapa a es un “período crucial para el desarrollo y el aprendizaje y una vitrina de oportunidades de importancia decisiva”, en la que niños y niñas están en constante búsqueda de nuevos desafíos.
A través de estas experiencias de exploración y experimentación, se logra que los párvulos desarrollen pensamiento científico, ya que para responder las preguntas y la curiosidad que les genera su entorno, emplean diferentes estrategias, como el juego, los cuentos, el pensamiento matemático, el lenguaje, la motricidad fina, entre otros: “Esto no se trata solo de hacer experimentos como los del volcán con bicarbonato, sino que tú de acuerdo al interés de ellos y el contexto donde se desarrollan, incentivas la observación. Es una cosa bien innata”, señala Ocáriz.
Para lograrlo, comenta, es clave el trabajo colaborativo con todos los actores presentes en el aula. En este caso, las educadoras de párvulos juegan un rol fundamental, ya que gracias a sus conocimientos educativos y técnicas de aprendizaje logran que el saber científico se vuelva comprensible incluso para un público de temprana edad.
Los resultados de la interacción de los niños con la naturaleza y la ciencia son siempre positivos, ya que potencian su capacidad de hacer preguntas, imaginar y disfrutar de las cosas simples de su entorno. Como efecto secundario, también aumenta el interés y la asistencia a clases, cuentan profesores y educadores.
Al hablar sobre las principales aportes de la indagación científica, Macarena Ocáriz explica que les que permite a los infantes descubrir y desarrollar sus propios “modelos mentales”, es decir, formas de entender el mundo o mecanismos de pensamiento para resolver sus interrogantes. Y los efectos son, en la mayoría de los casos, niños entusiastas y ávidos por seguir aprendiendo.
Indagando en el entorno
Basándose en este modelo educativo, Explora CONICYT ha impulsado el Programa de Indagación para Primeras Edades (PIPE), que busca aprovechar la curiosidad innata de niños y niñas de entre tres y seis años para encantarlos con los fenómenos del entorno natural y despertar en ellos el asombro y la capacidad de hacerse preguntas.
A partir de agosto, educadoras y educadores de párvulos podrán integrarse a PIPE, que este año contempla un conjunto de actividades relacionadas con la temática de Seres Vivos, en sintonía con las nuevas Bases Curriculares de Educación Parvularia 2019
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