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Hace 60 años, un domingo 22 de mayo de 1960, a las 15:11 horas, ocurrió el evento sísmico de mayor magnitud registrado en el mundo desde que existe registro instrumental. Hoy sabemos que este megaterremoto -de magnitud M9.5, con epicentro costero y 1.000 kilómetros de ruptura sísmica entre Concepción y la Península de Taitao- liberó una enorme energía durante más de cinco minutos, lo que produjo deformaciones permanentes de varios metros en la superficie terrestre de zonas cercanas a la costa. Generó además un devastador tsunami que impactó nuestras costas y extensas regiones de toda la cuenca del Pacífico.
Este megaterremoto tuvo además eventos precursores. Durante las horas previas a ese 22 de mayo de 1960, y en la misma zona epicentral, una secuencia de terremotos antecedió al evento mayor. Cerca de 33 horas antes se produjo el primero de ellos, un movimiento sísmico de magnitud M8.3 sucedido por un tsunami de un par de metros, según testimonia uno de los pocos registros disponibles de la época. “Cuando ya había transcurrido un día, se produjo otro evento de magnitud M7.8, y luego, unos 15 minutos más tarde, el megaterremoto de Valdivia de M9.5”, detalla el profesor Jaime Campos, académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile y Director del Programa Riesgo Sísmico (PRS) del mismo plantel.
Todo lo anterior ya es parte de nuestro patrimonio sísmico e integra la memoria de las y los chilenos que lo vivieron. Un capítulo más desconocido, sin embargo, son las consecuencias que tuvo el megaterremoto en Rapa Nui por la llegada de un tsunami que golpeó su lado este casi seis horas después del movimiento sísmico en el continente, una ola que impactó directamente el centro ceremonial Ahu Tongariki.
El centro poblado de Hanga Roa, que se encuentra en el lado oeste de la isla, no tuvo que lamentar víctimas ni destrozos graves frente a este evento, a pesar de que el nivel del mar subió considerablemente. La mayor devastación ocurrió en la zona oriental de la isla, que recibió directamente las olas provenientes desde el este. Los primeros testigos de la destrucción de Ahu Tongariki llegaron unos días después del tsunami debido a la falta de transporte. Varias estimaciones indicaron que las gigantescas olas que llegaron a la bahía de Hanga Nui inundaron una superficie superior a los 10 metros de altura y se internaron más de un kilómetro en la isla, alcanzando los terrenos cercanos a la base del volcán Rano Raraku.
“El monumento fue el altar ceremonial más grande y espectacular que se construyó en Rapa Nui. Tenía unos 220 metros de largo, con una plataforma central, donde estaban colocadas las estatuas, de cerca de 100 metros. El costado de la plataforma que miraba hacia el océano era un muro de unos cuatro metros de altura y en el frente se encontraba una rampa que daba acceso al altar desde la explanada, que era donde se hacían las ceremonias”, detalla Claudio Cristino, arqueólogo de la Universidad de Chile que ha prospectado la isla desde 1976 y lideró, junto a la arqueóloga Patricia Vargas, su restauración en la década del 90.
Estas construcciones se extendieron durante unos 400 años y tuvieron su apogeo en el siglo XVI, época en que alcanzaron la altura de un edificio de cinco pisos, agrega el académico. “Cuando llegaron los españoles en 1770 las estatuas ya estaban en el suelo y era un lugar que servía sobre todo como espacio funerario. Lo que destruyó el tsunami fue la plataforma, arrastrando miles de toneladas de material hasta más de 200 metros isla adentro. En prospecciones hacia el interior incluso, a más de un kilómetro, llegamos a encontrar arena calcárea depositada por este evento en cuevas ubicadas en la base del volcán Rano Raraku”, asegura. De esta forma, algunos moai se fracturaron y golpearon, y otros rodaron y quedaron boca arriba mostrando su rostro por primera vez después de varios siglos.
Un modelamiento realizado por investigadores del equipo Tsunami del Programa Riesgo Sísmico (PRS) de la U. de Chile recreó con precisión lo que ocurrió aquel 22 de mayo en la isla a través del siguiente video. La simulación muestra cómo se propagó el tsunami inducido por el terremoto de Valdivia de 1960, a partir de datos obtenidos de distintas fuentes. Este trabajo permitió concluir que:
Mauricio Fuentes, investigador del PRS de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile, plantea que a estos datos se suma la velocidad que habría alcanzado el tsunami en mar abierto, de unos 750 km/h, y la velocidad de flujo que se habría producido en la zona costera de la isla, de unos 7 a 18 km/h. Estas olas, explica, podrían haber provocado una inundación de 10 a 12 metros de altura producto de su impulso. A esto se le llama ‘run-up’ o altura máxima de inundación de un terreno por sobre el nivel del mar. “Por ejemplo, una localidad que es plana, con un run-up pequeño, podría sufrir una inundación de cientos de metros o, al contrario, una zona empinada podría alcanzar un run-up muy alto pero el flujo del agua adentrarse pocos metros”. En este sentido, agrega, “un registro de 2 a 3 metros de altura, podría tener un run-up mayor e inundar incluso algunas centenas de metros”.
Uno de los registros que permitió elaborar esta simulación provino del mareógrafo de la ciudad de Hilo, en la Isla Grande de Hawai, localidad donde el tsunami acabó con la vida de 61 personas. Los datos entregados por este dispositivo, que sólo alcanzó a capturar el primer impacto (ver link al registro histórico), indicó que la primera ola que llegó a esa localidad tuvo una altura cercana a los 2 metros.
Pero la destrucción del conjunto de moai ceremoniales en Ahu Tongariki es la mejor muestra del poder de las olas que alcanzaron Rapa Nui un día como hoy hace 60 años. “El hecho de que este tsunami haya tenido la energía suficiente para desplazar estos moai que llegaban a medir sobre ocho metros de altura y pesaban más de 50 toneladas permite inferir la fuerza que puede tener una ola de 2 a 3 metros a una alta velocidad”, afirma Mauricio Fuentes.
Un dato fundamental para comprender estos indicadores y dimensionar la fuerza de un tsunami, es el hecho de que una ola de 50 centímetros es suficiente para tumbar a un adulto. Entonces, dependiendo de la altura del flujo y de su velocidad, su acción destructiva es variable. “A esto deben sumarse efectos como la licuefacción y la erosión que provoca el vaivén de las olas y los objetos que estas transportan”, indica Mauricio Fuentes.
Este tipo de simulaciones permiten reconstruir eventos pasados para comprender mejor los impactos que esta clase de fenómenos naturales han tenido en las costas chilenas, especialmente en territorios insulares. El trabajo para modelar este tsunami fue realizado a través de un modelo propio elaborado por el equipo de investigadores, que combinó una serie de datos y los integró al programa mediante ecuaciones. “Para incluir las características más complejas de la fuente sísmica, el código de propagación de tsunamis usado fue desarrollado dentro del Programa Riesgo Sísmico de la Universidad de Chile”, señala Mauricio Fuentes.
Para dar vida a esta simulación, se utilizó información disponible de la fuente sísmica, es decir, del terremoto que originó el tsunami. Mauricio Fuentes indica que “en el caso de este terremoto, también era necesario incluir su comportamiento temporal, ya que duró varios minutos, por lo que hubo que considerar el tiempo de propagación de la ruptura sísmica. Otro dato fundamental es la batimetría, que son los datos de la cara del fondo marino. Esta información está disponible de forma libre para todo el mundo con un límite máximo de resolución de 15 segundos de arco, que representa unos 450 metros por pixel”.
Una grúa donada por la empresa japonesa Tadano fue el impulso definitivo para el proyecto de restauración de Ahu Tongariki, una idea desarrollada durante la década de los 80, pero que era vista casi como una locura, confiesa el profesor Claudio Cristino. La titánica tarea, liderada junto a la también arqueóloga y académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Patricia Vargas, involucró a un equipo que mantuvo trabajando a más de 50 personas en promedio durante cinco años.
El proyecto, relata el arqueólogo, fue una verdadera epopeya, inédita en muchos sentidos, que integró la más avanzada tecnología de la época para modelar computacionalmente el sitio, información proveniente de muchas partes del mundo, financiamiento japonés y –sobre todo- la voluntad de un grupo de personas comprometidas con la recuperación del monumento. La prospección realizada desde 1976 en la zona por ambos académicos, que comprende un área de cuatro canchas de fútbol llenas de escombros, fue vital para el levantamiento de datos que permitió retornar las piezas a su ubicación original y efectuar las respectivas reparaciones para recuperar este monumento que hoy es el principal ícono de la isla.
Durante el año 91 se conformó el equipo base, casi todos de la Universidad, en el que había cartógrafos, geógrafos, arquitectos, ingenieros, y profesionales de otros países e instituciones como la Unesco. “El día 13 de octubre de 1992 se colocó la primera piedra del antiguo muro de la plataforma y así trabajamos hasta fines de 1995, poco a poco, piedra por piedra, después de excavaciones sistemáticas, de clasificar toda esa ruina y superar muchos obstáculos”, relata Claudio Cristino.
Una de las mayores dificultades, comenta, fue mover las estatuas que superaban el límite de resistencia de la grúa principal, que llegaba como máximo a las 55 toneladas. El último moai de los 15 que fueron levantados, reconstruidos y reubicados en el altar de este monumento pesó 65 toneladas, significó incorporar otra máquina aportada por el Ministerio de Obras Públicas, además de tres tractores para sostener a la grúa principal, y se extendió por más de tres meses.
“Para empujar poco a poco estos cuerpos que podían pesar más de 60 toneladas tuvimos que recurrir al ingenio, maquinaria extra y la fuerza de los trabajadores, la mayoría nativos de la isla. Para todos ellos fue una gran oportunidad además para darse cuenta de lo que habían hecho sus antepasados sin la tecnología con la que contábamos en ese momento. Todo eso motivó un movimiento muy interesante de recuperación de la cultura y la identidad antigua”, comenta el arqueólogo.
La experiencia de este tsunami nos recuerda la importancia de abordar el patrimonio también desde la reducción de riesgo de desastres, ya que su sostenibilidad no está garantizada y debemos hacernos responsables colectivamente de esta dimensión, afirma Juliette Marín, investigadora PRS que se ha especializado en mitigación de riesgo sísmico asociado al patrimonio.
El daño en Ahu Tongariki es un signo material de lo acontecido hace 60 años. “En el centro ceremonial quedaron impresas las huellas de un suceso que a veces creemos excepcional, pero que en nuestra historia se repite con frecuencia”, comenta Luis Montes, Profesor de Escultura y del Magíster en Artes Mediales de la Facultad de Artes. “Ya en esos años la restauración de las esculturas fue una preocupación que movilizó a la Universidad de Chile a través del escultor Lorenzo Domínguez, quien visitó la isla y promovió el resguardo patrimonial en una perspectiva multidisciplinar que avizoraba las metodologías contemporáneas de conservación”, puntualiza el Profesor Montes.
El patrimonio es a la vez un objeto y un proceso de las sociedades humanas y permite transmitir, conservar, reconocer, valorar elementos del pasado para las culturas presentes y futuras. Nuestros patrimonios pueden ser materiales como los moai del centro ceremonial de Ahu Tongariki, las casas de adobe en muchos pueblos de Chile, las calles de Valparaíso y sus muros pintados. También pueden ser inmateriales, como las prácticas ceremoniales que se realizan en distintos territorios, las técnicas constructivas en adobe que se transmiten de generación en generación, las comidas propias.
Un gran desafío de la conservación de los bienes patrimoniales construidos es justamente su exposición a múltiples amenazas, como los tsunamis. Se pueden hacer obras de mitigación para proteger los sitios disminuyendo su vulnerabilidad, o intervenir estructuralmente.
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