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Palos de helado, plasticina, témperas y elásticos están sobre una mesa de una sala de clases. Alrededor hay pequeños y pequeñas estudiantes de pre kínder, quienes demuestran su curiosidad por descubrir qué tendrán que hacer con estos materiales. La científica que guía/acompaña este taller este taller les indica que deberán crear una catapulta, instrumento que sirve para lanzar objetos a larga distancia. Los primeros en ofrecerse como voluntarios para realizar el experimento son los niños, mientras que las niñas esperan dudosas las instrucciones.
Al detectar esta situación, la investigadora propone comenzar con las niñas y las insta a tomar protagonismo. Con los minutos van ganando confianza y la timidez se comienza a transformar en entusiasmo y seguridad. Cuando terminan la estructura, los “no sé hacerlo” se convierten en “yo quiero intentarlo”.
Este ejercicio es parte de los talleres “1000 científicos, 1000 aulas”, del Programa Explora, realizados en el CEM Amador Neghme de la comuna de Estación Central. A cargo de esta charla estaba Sylvana Vega, académica del Departamento de Ingeniería Mecánica de la Universidad de Santiago, quien recorre distintos colegios de la Región Metropolitana junto a su equipo conformado exclusivamente por jóvenes científicas que incentivan el gusto por las ciencias en primeras edades.
Cuenta la ingeniera que la inquietud surgió frente a la necesidad de integrar mujeres a áreas del conocimiento históricamente masculinizadas, propias del campo de la ingeniería y la tecnología. “Con el tiempo empezamos a notar que existía un concepto preexistente en las estudiantes con respecto a sus capacidades, las que sentían inferiores en comparación con las de sus compañeros. Entonces retrocedimos y decidimos enfocarnos en la etapa de Educación Parvularia, basadas en diversos estudios que indicaban que la brecha de género se producía a partir de los 4 o 5 años, que es la edad donde comienzan a jugar y explorar el mundo”, describe.
Pero el camino no fue fácil. El primer obstáculo fue encontrarse con muchas niñas que no querían participar en las actividades porque sentían que no les correspondía. “Pasa mucho que los niños quieren sobresalir y demostrar su fuerza, lo que inseguriza más a las niñas. Entonces comenzamos a decirles que todas ‘las tías’ éramos ingenieras mecánicas y nos presentamos una por una para que vieran que las mujeres también podían ser científicas. Ese apoyo, sentir que había un componente femenino que les decía que sí podían, generó un cambio en ellas”, dice.
¿Es Chile un país avanzado en esta materia?
Para Jazmine Maldonado, ingeniera civil en computación, si bien existen muchas mujeres en STEM con amplio reconocimiento nacional e internacional, aún queda trabajo por hacer. “A nivel escolar se han hecho campañas para visibilizar la falta de mujeres en estos espacios, pero no son suficientes porque siguen existiendo casos donde no pueden integrar electivos de matemáticas porque en sus colegios no existen, o les siguen repitiendo que hay carreras ‘para mujeres’, cuando las capacidades son las mismas”, cuenta.
Incluso relata la experiencia de Macarena Abarca, quien ha participado en competencias escolares de robótica y que este año ingresó a la Universidad. “La historia de ella fue muy complicada, porque al principio en su colegio no la dejaban formar parte del equipo por ser mujer. Después ella fue tomando un espacio, pero fue una batalla”, explica.
Jazmine describe que esta situación la ha visto con sus alumnas de Niñas Pro(gramadoras), proyecto del cual es directora. Esta iniciativa surgió en 2016 desde un grupo de estudiantes de ingeniería en computación de la Universidad de Chile que quisieron motivar a niñas y adolescentes a profundizar en las áreas de la ciencia y la tecnología. Todos los años, desde abril a octubre, realizan un curso gratuito de programación básica y avanzada, además de múltiples eventos como El Día de las niñas en TIC’s, ChileWic o Ingeniosas, que organizan junto a distintas instituciones.
Solo el año pasado tuvieron 35 participantes en el curso anual y 200 en los eventos, las que convocaron principalmente por redes sociales. “La mayoría llegaba sin saber nada de programación y de sus usos, entonces comenzábamos mostrando nuestro trabajo y llevábamos a otras mujeres que también están haciendo ciencias para que ellas pudieran ver todas las cosas que podían hacer”, dice Jazmine.
La experiencia no solo les otorgó más conocimientos en el área de la informática, sino que les entregó habilidades como mayor tolerancia a la frustración y una personalidad más segura y empoderada. También a algunas les permitió formar amistades y seguir el camino de la ciencia. “Se crea una comunidad, se acompañan a actividades, van a ferias, exploran juntas este mundo. Después de terminar los cursos casi el 80% entra a estudiar carreras ligadas a disciplinas que aprendieron en Niñas Pro. No todas lo hacen, y eso también está bien, porque parte del trabajo es mostrarle más opciones y que decidan informadas”, explica.
No sin nosotras
Una de las estudiantes que ha podido vivir este proceso de ser una niña científica es Javiera Morales, alumna de cuarto medio del Liceo Cardenal Caro de la comuna de Buin. Cuenta que su interés nació a los 13 años, cuando se dio cuenta de que tenía habilidades para las matemáticas y la física. Esto la empujó a participar en el certamen de Investigación Científica Escolar (ICE) del Programa Explora, con el que llegó hasta la instancia del Congreso Regional.
Lo que más le gusta de la ciencia, dice, es “su exactitud y aporte al conocimiento, cultura, investigaciones y desarrollo cognitivo de las personas”. En cuanto a su futuro, indica que quiere dedicarse a la docencia: “Me gustaría transmitir mi conocimiento a otros. Una profesora tiene que compartir directamente con las personas y lidiar con su carácter, a diferencia de un investigadora, que lo hace sin este apego”.
Muy cerca, en Paine, están Anabella y Arantxazu, que cursan séptimo básico en el Liceo Polivalente Gregorio Morales. Ambas son investigadoras del proyecto escolar “Efecto del extracto de boldina en la remodelación del hueso”, clasificado al Congreso Regional ICE 2019. A este trabajo llegaron motivadas principalmente por su profesora Daniela Palma, quien las convenció de sus capacidades y de la importancia de que realizaran esta investigación.
A Anabella le gusta la medicina, a Arantxazu las ciencias. La asignatura favorita de las dos son las matemáticas y se nota, porque tienen buenas calificaciones. Al preguntarles por lo que más le gusta de las ferias científicas, responden que la posibilidad de hablarle a personas sobre un tema y que puedan conocerlo más. “Es muy entretenido, me gusta mucho que mostremos cosas que le pueden servir a la gente”, exclama Arantxazu.
Si bien a su edad no tienen claro qué van a estudiar, conocen muy bien la contribución de la ciencia a la sociedad: “Fueron los científicos y las científicas quienes descubrieron y crearon todo lo que tenemos hoy. Sin ellos y ellas no tendríamos la electricidad, por ejemplo”.
Todos estos ejemplos demuestran un avance en la tan esperada igualdad de derechos. Para la profesora Sylvana Vega, una de las claves para integrar a las niñas a la ciencia es llegar a los lugares donde se desempeñan y comenzar a mostrarles un abanico de posibilidades. “Es cierto que llevamos una carga desde la infancia, pero si lo enfocamos en el contexto donde se mueven y llegamos a edades tempranas, podemos hacer mucho”.
Sin embargo, reconoce que aún queda mucho por hacer. “Estamos en una etapa intermedia, nos falta mucho todavía en materias como el acceso a jefaturas, derechos para madres trabajadoras o la brecha salarial que existe entre hombres y mujeres para el mismo tipo de trabajo”, señala.
De lo que no hay duda es que el futuro de las ciencias será con las mujeres y niñas.
Texto: Paula Fredes Cortés
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