El objetivo era construir un artefacto para que las personas sordas pudieran pedir ayuda, de forma sencilla y efectiva, frente a una emergencia. Así lo explican Fernanda Muñoz y Patricio Antimán; ella estudiante de segundo medio en el Liceo Bicentenario San José UR de Puerto Aysén, y él su profesor. Por eso decidieron crear, en conjunto con el también alumno Mario Mayorga, un dispositivo —una “botonera”— con tres interruptores, cada uno provisto de una letra y una función. A, para llamar a una ambulancia; B, a bomberos; y C, a Carabineros. Todo en un lapso no mayor a ocho segundos, desde el momento en que es presionado el botón hasta que la señal llega al servicio correspondiente.
—Estuvimos mucho tiempo pensando en cómo resolver un problema de nuestra región. Así llegamos a conocer la dificultad que tienen los ayseninos con discapacidad auditiva para comunicarse, especialmente ante una emergencia —dice Fernanda Muñoz, de 16 años—. Estábamos convencidos de que podíamos usar la ingeniería y la tecnología para ayudarlos.
El proyecto, que bautizaron E.S.-DEAF, partió un año atrás, cuando participaron en un taller de innovación y experiencias tecnológicas organizado por el PAR Explora Aysén, el Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia, la empresa Humm CoCreation y Corfo. En él, debían aprender a utilizar una placa con circuitos electrónicos y convertirla en un invento útil para su comunidad. Investigando qué podían hacer con ella, se encontraron con una pregunta: cómo piden ayuda quienes no escuchan ante una emergencia.
—Decidimos resolver esa pregunta con quienes más saben del tema: ASCOI, la Agrupación de Sordos de Coyhaique. Eso nos ayudó mucho, porque pudimos imaginar el dispositivo en conjunto con ellos, que son quienes necesitaban la solución —explica Antimán.
Tres meses después, presentaron su proyecto al Congreso Nacional Escolar de Ciencia y Tecnología, organizado por el Programa Explora de Conicyt, donde obtuvieron el tercer lugar a nivel nacional. Además, por las características del proyecto, fueron seleccionados para viajar a Estados Unidos a participar del que es considerado el “mundial” de la ciencia escolar: Intel ISEF, la Feria Internacional de Ciencia e Ingeniería Intel. Por eso, entre el 12 y el 17 de mayo viajaron a Phoenix, Arizona, para competir en la categoría de System Software con estudiantes de otros 80 países, por premios de hasta $75 mil dólares.
Pero los ayseninos no fueron el único equipo finalista que viajó a Estados Unidos: 1.900 kilómetros al norte, en la ciudad de San Antonio, las alumnas del Colegio Fénix, Stephanía Vergara y Valentina Osorio, también se propusieron responder una pregunta crucial, para luego presentarse al Congreso Nacional Escolar. Stephanía, de 16 años, lo cuenta así:
—En San Antonio nunca se han hecho informes de contaminación ambiental. En Quinteros sí se hacen, por las industrias, pero en nuestra ciudad no sabemos algo fundamental: cómo afecta la actividad portuaria —dice—. Somos una ciudad pequeña, muchas veces invisible, pero en unos años se construirá un megapuerto y eso, aunque no queramos, aumentará la contaminación. Por eso nos pareció importante preguntarnos si ésta ya existía.
En conjunto con su profesor, Diego Iriarte, las alumnas del Colegio Fénix decidieron hacer un proyecto para medir la contaminación en su ciudad. Luego de desechar otros métodos, llegaron a la conclusión de que la mejor forma era con un Rotorod, un instrumento científico que se utiliza para recoger granos de polen y esporas de hongos en la atmósfera.
—Lo construimos desde cero, con tubos de PVC, dos motores reutilizados y algunos palos de helados, a los que le hicimos agujeros —explica Valentina—. En ellos pusimos láminas de vidrio con vaselina, las que se usan en los microscopios, y lo pusimos a girar por veinte minutos, para que atrapara partículas. Después llevamos las muestras al laboratorio, las teñimos con safranina, que les da un color rojo, y las observamos en el microscopio.
El experimento no lo hicieron en cualquier lugar de San Antonio. Pasaron las dos semanas de sus vacaciones de invierno en el paseo Bellamar, el más turístico de la ciudad, ubicado justo frente a Puerto Panul, un terminal con grúa que transporta hasta 15 mil toneladas diarias de trigo, maíz y soya, liberando una gran cantidad de partículas en el ambiente.
—Las niñas estaban decididas a medir algo que fuera relevante. Después de varios días observando, se dieron cuenta de que había una hora del día, a las cuatro de la tarde, donde se juntaba más polvo —cuenta Diego Iriarte, el profesor a cargo—. La actividad portuaria libera mucho material particulado, por lo que ellas querían saber cuánto era, y si estaba llegando a la zona turística que cercana, que concentra a muchas personas.
Al igual que el equipo de Aysén, las sanantoninas fueron elegidas para representar a Chile en la prestigiosa feria Intel ISEF, en su caso en la categoría de Tierra y Ciencias del Medio Ambiente.
Aunque ninguno de los dos equipos chilenos recibió uno de los premios principales, ambos concuerdan en que la posibilidad de conocer a científicos escolares de todo el mundo, además de aprender sobre distintas tecnologías de vanguardia y sus usos para solucionar problemas sociales, fue una gran motivación para seguir explorando las posibilidades de la ciencia. Stephanía, del equipo de San Antonio, lo explica de esta forma:
—Yo siempre quise estudiar Medicina, pero estar ahí abrió mucho mi mente. Conocí a mucha gente, de tantas universidades que se dedican a la ciencia y me di cuenta que es en la ciencia en donde debo estar, creando soluciones para los demás.
La estudiante Fernanda Muñoz, del equipo de Aysén, está de acuerdo con su compañera de viaje. Actualmente está intentando aplicar todo lo que aprendió en Phoenix a su botonera: le está agregando tecnología GPS, batería portátil, y empezando a idear el diseño de una app de características similares al artefacto original, para poder auxiliar a otros grupos de personas que tengan dificultades para pedir ayuda ante una emergencia.
—Con el sólo hecho de haber viajado, de conocer otras realidades, otras culturas y otros proyectos, se nos abrieron las puertas para nuestro futuro. Por eso, queremos seguir mejorando nuestro proyecto y perfeccionarlo para que no sólo sirva a la gente sorda, sino también a quienes no se pueden mover o a los más ancianos —dice, y justo antes de cortar, agrega—: Ahora estamos convencidas de que podemos ayudar a la gente.
Texto: Carolina Sánchez