Un cerro de conocimiento

Fiesta de la Ciencia Explora
  • 22 octubre, 2019

El 12 y 13 de octubre se realizó la Fiesta de la Ciencia y la Tecnología en el Cerro San Cristóbal, donde cientos de familias aprendieron sobre la investigación científica.

 

Un niño de unos siete años arrastra a su padre de la mano, que intenta seguirle el paso sin soltarlo, mientras se junta con muchos otros niños que intentan atravesar el mismo pasillo. Recorren una enorme carpa con una treintena de mesas, en donde investigadores de distintas instituciones enseñan su ciencia: está el Observatorio ALMA, el Instituto de Astrofísica UC, GERO Chile y la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, entre otras. Todos tienen al menos diez personas alrededor: algunos aprenden de los planetas —y tocan modelos a escala—, otros observan experimentos con microalgas; o interactúan con artefactos de realidad aumentada, que simulan ser antenas de observatorios astronómicos.

Todo eso ocurre en el Parque Metropolitano de Santiago, en la falda del Cerro San Cristóbal. Es sábado 12 de octubre, y desde las diez de la mañana se ha realizado la primera jornada de la Fiesta de la Ciencia y la Tecnología, uno de los principales festejos en la capital por la Semana Explora, que fue organizado por los PAR RM Norte y RM Sur Oriente.

Uno de los artefactos que exhibió el Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres.

Aunque todos los stands tienen su público, hay uno que provoca filas de niños que arrastran a sus padres. Es el de CIGIDEN, el centro que estudia el riesgo de desastres naturales, y que cuenta con una carpa negra que aloja tres experimentos. Dentro de ella, en medio de la oscuridad, hay tres grandes artefactos luminosos y quince personas mirándolos. Débora Gutiérrez, de CIGIDEN, los explica con voz fuerte, a todos quienes hacen la fila.

—Chile no va a dejar de tener terremotos, ni aluviones ni tsunamis. Pero lo que sí podemos hacer es aprender a convivir con ellos y a estar prevenidos —es lo primero que dice—. Lo que hay adentro son tres simulaciones: la de un aluvión en Antofagasta, la de un tsunami en Valparaíso, ambos lugares con el mayor nivel de riesgo, y unas imágenes enormes que explican cómo avanza un ola de un lado a otro, específicamente entre Chile y Japón.

Los participantes escuchan a los geólogos a cargo, que hablan sobre los distintos riesgos y las precauciones que se pueden tomar. Adentro hay sobre todo niños, que no paran de preguntar, entre luces y mapas gigantes que cambian de color y muestran un cronómetro a medida que avanzan los tsunamis o aluviones. Una geóloga explica que el peligro de un aluvión es que se arma de todo lo que encuentra —tierra, desechos— hasta tener una fuerza impresionante, que arrasa con todo. Lo dice con cuidado, tratando de no asustarlos.

—Todo el día hemos visto a niños empujando a sus papás, diciendo que quieren conocer —explica Gutiérrez—. Hay mucha curiosidad, incluso en una muestra como ésta, que habla sobre cosas peligrosas. Pero ellos quieren aprender sobre todo.

 

En los stands hay  grupos de personas aprendiendo sobre cambio climático, robótica, astronomía o vegetación, entre pizarras llenas de preguntas: ¿por qué caen meteoritos? ¿cuál es el animal más peligroso de Chile? ¿por qué no podemos estornudar con los ojos abiertos?

 

En otros stands, grupos de personas aprenden sobre temas múltiples —cambio climático, robótica, astronomía, vegetación—, entre unas pizarras enormes llenas de preguntas: ¿por qué caen meteoritos?¿cuál es el animal más peligroso de Chile? ¿por qué no podemos estornudar con los ojos abiertos? A lo largo de la carpa, muchos niños con sus padres, con tizas en sus manos, piensan en qué otras preguntas pueden hacerle a la ciencia.

Casi al final del lugar está el Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes. En él está Isidora Paiva, psicóloga e investigadora. El stand está repleto de papeles con emociones escritas —felicidad, tristeza, enojo, amor—, y la idea es que los niños los seleccionen y rellenen unos recipientes con ellos. Para los adultos, hay información: cómo enseñar a los niños a decir lo qué sienten, cómo contribuir a que utilicen sus redes de apoyo.

—Han llegado muchas familias, lo que es muy bueno. Eso demuestra que quieren educar de mejor manera, sobre todo el reconocimiento de las emociones, porque a los más pequeños les cuesta mucho —explica la psicóloga, y agrega—: Nuestro cerebro se va desarrollando mientras crecemos, y necesitamos personas adultas que nos ayuden a poner en palabras lo que sentimos. No lo podemos olvidar: mientras más pequeños actuamos, mucho mejor.

 

Texto: Carolina Sánchez

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