Este jueves 21 de junio, a las 6 de la mañana con siete minutos, se produjo el solsticio de invierno en el hemisferio sur, una conjunción astral que, además de dar inicio a los 93 días más fríos del año, adquiere un significado mucho más profundo para las culturas originarias del país, quienes celebran el renacer de la vida con el inicio de un nuevo ciclo.
Pero comencemos por el acercamiento aparente del Sol a la Tierra, que provoca la noche más larga del año y el día más breve, y que da comienzo a los festejos.
“Los pueblos indígenas, de acuerdo a una cosmovisión que durante siglos observó los ciclos solares, lunares e hídricos, produjo prácticas ecológicas y culturales que han ordenado diferentes aspectos de la vida, desde las cosechas y territorialidades para el ganado y el intercambio, hasta complejos rituales de renovación de la vida”, explica el doctor en Geografía Humana, Hugo Romero-Toledo, investigador del Centro para el Estudio del Conflicto y la Cohesión Social, COES, que recibe apoyo de CONICYT, a través del Fondo de Financimiento de Áreas Prioritarias, Fondap.
Estas celebraciones son centrales para la reproducción de la vida en comunidad de los nueve pueblos originarios del país: aimaras, quechuas, atacameños, collas, diaguitas, rapanuís, kawésqar, yaganes y mapuches.Y también demuestran que, en pleno siglo XXI, en el mundo coexisten diferentes visiones sobre la relación entre naturaleza y sociedad, añade el profesor del Departamento de Antropología de la Universidad Católica de Temuco. El año nuevo ofiesta del Sol, en sus lenguas, se denomina: Machaq Mara o Willkakuti (aimara), Inti Raymi (quechua), Likan Antai (kunza), Huata Mosoj (colla), Aringa Ora o Koro (rapanui) y We Tripantu (mapudungun).
“Existe una profunda relación cultural, política y religiosa entre los pueblos indígenas y la naturaleza. En esta relación, las comunidades y el medioambiente trabajan en conjunto, es decir, establecen una cooperación e interdependencia que les permite a ambos existir. En el caso del pueblo mapuche, ellos observan cómo las plantas comienzan a germinar, cómo los cantos de los pájaros cambian y cómo los ríos se transforman”, dice Rosamel Millamán, presidente del Colegio de Antropólogos.
Para ellos no existe la idea de “recursos naturales”, sino que una idea que se asemeja a la de “bienes”, que son compartidos por los miembros de las comunidades. Para que esta relación esté bien equilibrada, es necesario realizar rituales que renueven la conexión entre los diferentes componentes humanos y no humanos del mundo indígena, añade el investigador del COES.
El resto de la comunidad también se puede unir a la celebración nacional con los festejos conmemorativos que se extienden hasta el Día Nacional de los Pueblos Indígenas, fechado para el domingo 24 de junio. Ferias, exposiciones, degustaciones gastronómicas, artesanías, seminarios, conciertos y hasta ciclos de cine, ofrecidos por museos e instituciones, como el Museo Violeta Parra y el Museo de Arte Precolombino, donde se puede disfrutar el fin de semana de forma gratuita.
En esta línea César Fuentes, investigador del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines, CATA, financiado por CONICYT a través de su Programa de Investigación Asociativa, indica que esta fecha puede incentivar a la comunidad a observar el cielo, famoso en el mundo por su calidad para la observación astronómica, pero desde un punto de vista más reflexivo.
“Estamos acostumbrados a mirar la complejidad de la vida moderna sin preguntarnos cómo nos afecta personalmente. Estos eventos nos permiten remover la curiosidad de niñas y niños, qué ocurre, imaginar, equivocarnos y, finalmente, aprender. Este hábito por cuestionar y hacer sentido de lo que nos rodea es la base del pensamiento crítico, sumamente necesario para la salud de una sociedad y el desarrollo de la humanidad”, dice el doctor en astrofísica y académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.