Todo partió hace casi diez años. Era 2010 cuando Francisca del Río, doctora en psicología y académica de la Universidad Diego Portales, se percató —junto a las investigadoras Katherine Strasser y María Inés Susperreguy, de la Universidad Católica—, de que los exámenes estandarizados que se aplican en Chile, como el Simce y las pruebas PISA, suelen repetir un desnivel en matemáticas: mientras los hombres lideraban los mejores puntajes, las mujeres no llegan a ese rendimiento.
Decidieron estudiar esa brecha, y pronto vieron cómo empeoraba: en 2012, la diferencia de género en las pruebas PISA llegó a 25 puntos en la asignatura, la más pronunciada de América. Entonces plantearon una hipótesis: si la diferencia era así de rotunda, debía generarse temprano en el sistema educativo. Por eso, hicieron un estudio focalizado. Apoyadas por la UDP, le preguntaron a 81 niños —47 hombres y 34 mujeres, todos de cinco años— su clase favorita, en cuál eran mejores o cuál les parecía más fácil. Ninguno de ellos mostró alguna preferencia muy marcada. Pero eso cambió cuando la pregunta se centró sólo en matemáticas: a quiénes creían que les sería más sencilla la asignatura. Los 81 niños asociaron ser bueno en matemáticas a ser hombre, desde la motivación hasta la capacidad de aprenderla.
En 2015, decidieron profundizar sus datos con un proyecto Fondecyt de tres años, asociados con la Universidad de Washington. Utilizando tablets, hicieron un test a 180 niños y niñas de Kinder, en que debían seleccionar imágenes —números, una calculadora, una regla—, y asociarlas a hombres o mujeres, buscando determinar, implícitamente, la existencia o no de estereotipos. Los resultados, otra vez, fueron decidores: 138 niños asociaron las imágenes vinculadas a las matemáticas con hombres. Sólo en las niñas de estratos socioeconómicos altos el estereotipo resultó neutro, es decir, no asociaron la asignatura a un género. El resto, incluidos los padres y madres de los niños, y 19 educadoras que participaron, se mostraron más inclinados a vincular las matemáticas con el género masculino. En cambio, el mundo de las letras, que se graficó con imágenes de cuentos o de libros, fue asociado a las mujeres.
—Y la situación no ha cambiado —dice Francisca del Río, quien actualmente es investigadora de la Facultad de Educación de la UDP—. Hoy nuestra brecha de género en matemáticas es la segunda más grande de todo el mundo, sólo después de Colombia. Y efectivamente está instalada casi en su totalidad desde Kinder. Pero no hay ningún estudio que demuestre que las niñas tienen peores capacidades que los hombres para las matemáticas. Esta brecha no se explica por capacidades.
—Por oportunidades, por motivación, y por una serie de creencias: existe una concepción sobre las matemáticas que ha hecho que siempre sean asociadas a lo masculino. Esa concepción ha generado que las mujeres se alejen de las áreas de ciencias e ingeniería. Se ha visto sistemáticamente, en todos los países, que las mujeres participan en menor proporción de esas áreas.
—En la mayoría de los países ha ido disminuyendo, pero nosotros la mantenemos. Se dice que ha disminuido la brecha en el Simce, pero lo que realmente ha pasado es que a los hombres les está yendo peor, no es que las mujeres hayan mejorado. Pero en las pruebas PISA se mantiene la brecha. En 2015 la diferencia fue de 19 puntos.
—Es cultural. Y eso termina generando que los niños y las niñas tengan diferentes oportunidades. En la investigación vimos que el autoconcepto es clave: qué tanto creo yo que soy bueno, cuánto persisto, cuándo me motivo. Mucho de eso está explicado por el autoconcepto que primero tienen los propios padres. Si las madres piensan que ellas pueden ser buenas en matemáticas, es más probable que las niñas también lo piensen. Pero si el papá es bueno en matemáticas, eso no ocurre.
—Genera que decidan no estudiar esas carreras y se alejen de áreas muy productivas. Y ahí, entonces, empieza la brecha de género en los salarios, en la participación en directorios de empresas, entre muchas otras cosas. El sector productivo, en sus áreas más relevantes, se está perdiendo a la mitad de la población por esta brecha.
—Porque las madres de nivel socioeconómico más bajo asocian las matemáticas a lo masculino con el doble de intensidad que las del nivel más alto. Entonces, si tú como madre piensas que las matemáticas son algo lejano para las mujeres, es muy posible que se lo contagies a tus hijas. En Chile, los niveles bajos suelen ser más conservadores, y la participación laboral de las mujeres es menor. Entonces, hay una serie de patrones culturales que inhiben que las mujeres tomen roles no tradicionales.
—Cuando tienes la segunda brecha más grande del mundo, las pautas culturales son tan fuertes que se contagian desde muy temprano, pero las fuentes no son sólo los padres o los profesores. Basta con mirar los medios de comunicación, los avisos en la televisión que resaltan distintos roles, diferentes juguetes para niñas y niños.
—Lo que queremos hacer es intervenir. Crear un suplemento curricular para las educadoras de párvulo, para que, durante su formación, se hagan conscientes de este problema y cuenten con estrategias para enfrentarlo. Si eso funcionara, tendríamos educadoras que podrían enseñar con menos estereotipos, con igualdad de oportunidades, en el momento más sensible para intervenir.
—Sí, muy lento. Pero las cosas suceden sólo si uno hace algo.
Texto: Carolina Sánchez