Hace 150 millones de años, el desierto de Atacama era un mar. No existía todavía la Cordillera de los Andes, y la de la Costa estaba formada por cordones volcánicos de poca altura, que el agua de los océanos atravesaba sin problemas.
En ese entonces, en pleno período Jurásico, el desierto más árido del mundo era una cuenca marina, habitada por criaturas gigantes y monstruosas. Era normal que nadaran en ella los ictiosaurios, reptiles marinos de hasta cuatro metros de largo, parecidos a los delfines y capaces de moverse a 40 kilómetros por hora. También los plesiosaurios, que llegaban hasta los seis metros, y peces enormes como el Leedsichthys, con un cráneo de dos metros de altura y similar a una ballena actual.
—Todos estos especímenes se pueden encontrar en Calama y sus alrededores, un área con gran diversidad de vertebrados marinos prehistóricos, y un sitio privilegiado para el estudio de fósiles —dice el paleontólogo Rodrigo Otero, del Laboratorio de Filogenia de la Universidad de Chile. Junto a un equipo integrado también por investigadores de la Universidad de Concepción y del Museo de Historia Natural y Cultural del Desierto de Atacama, Otero realiza estudios desde hace una década en Cerritos Bayos, al oeste de Calama, y a fines del año pasado realizó un hallazgo importante.
Todo partió con una publicación de 1961, del paleontólogo alemán Walter Biese, sobre las capas de la tierra en Cerritos Bayos. Un trabajo netamente geológico, pero donde habló por primera vez de la presencia de restos óseos de animales marinos jurásicos en la zona. En los años 70, el geólogo Guillermo Chong, de la Universidad Católica del Norte, volvió a dar cuenta de la aparición de restos en el mismo lugar, que con el tiempo se transformaron en una colección en el Museo de Historia Natural de Calama. Con esos antecedentes, Otero y sus colaboradores decidieron excavar, en el marco de un Proyecto Anillo de Ciencia y Tecnología.
—Todo hacía pensar que había abundantes esqueletos en Cerritos Bayos, y el proyecto nos brindaba soporte para ir a buscarlos. La primera vez que encontramos un hueso fue en 2011 —cuenta el paleontólogo, quien antes había realizado investigaciones en la zona centro y sur del país, donde se descubrieron restos de reptiles marinos del período Cretácico, posterior al Jurásico.
Debido a sus cambios geológicos, la zona del norte chileno que han excavado es particularmente favorable para encontrar fósiles. Gracias al alzamiento del terreno durante millones de años, se formó la cordillera de los Andes, que hizo que el agua de la cuenca fuera retrocediendo hasta dejar el área completamente seca. Con el paso de los milenios, los suelos se fueron erosionando, dejando al descubierto muchos esqueletos que estaban sepultados bajo la tierra.
Pero el proceso para poder estudiar los restos prehistóricos es lento. Cuando se realiza el hallazgo de un hueso, se deben comenzar excavaciones mayores para retirar el bloque de roca completo, que luego se analiza en un laboratorio. Las rocas pueden pesar toneladas, y no es fácil extraerlas. El trabajo de limpiarlas hasta aislar cada hueso puede tomar años.
En 2017, mientras prospectaban el terreno en Cerritos Bayos, Otero y sus colaboradores encontraron indicios de algo importante: una gran aleta en medio del desierto. Por su forma y tamaño, determinaron que se trataba de un pliosaurio —una bestia acuática robusta, con cuatro aletas en forma de remo y dientes amenazantes, hasta tres veces más grandes que los de un cocodrilo—, que habitó los mares del mundo en el período Jurásico y a comienzos del Cretácico. Era el superpredador de la cuenca marina del desierto de Atacama: estaba en lo más alto de la cadena alimenticia.
Durante todo el año pasado, los científicos se dedicaron a limpiar el yacimiento, dejando visibles las rocas con huesos preservados del especimen —que, calculan, podría medir unos siete metros de largo—, pero recién en diciembre lograron encontrar el cráneo completo del animal, una señal clara de que el resto del esqueleto podía estar intacto, incrustado en la roca.
—Este hallazgo tiene una gran relevancia científica, porque no tenemos restos completos de ningún reptil marino jurásico en esta parte del mundo —dice Otero—. Si el esqueleto está completo, podría ser de importancia mundial, por eso es urgente recuperar el material desde el cerro.
Actualmente, mientras idean una manera de llevar rocas de media tonelada a un sitio donde puedan subirlas a camiones, el equipo se encuentra formalizando la autorización de excavación puntual para el hallazgo. Por eso, sólo han podido rescatar las partes del fósil que están en la superficie, con riesgo de perderse por la erosión.
—Por ahora, tenemos solo los permisos de prospección de monumentos nacionales, que son orientados a reconocimientos superficiales —dice el paleontólogo.
Una vez que puedan extraer el esqueleto completo, los análisis en el laboratorio serán fundamentales para despejar algunas dudas sobre el animal. Otero cree que incluso podría tratarse de una especie nueva, ya que no hay antecedentes de pliosaurios del Jurásico Superior en esta parte del mundo. Quizás, un nuevo monstruo del desierto, fascinante y letal, nunca antes descubierto por el hombre.
Texto: Natalia Correa