En noviembre del año pasado, el bioquímico Andrés Klein tuvo una idea. Participaba en la reunión anual de la Sociedad de Genética de Chile, en Puerto Varas, cuando una exposición sobre las variaciones genéticas en las moscas lo dejó pensativo. El colega que disertaba sobre esos insectos, con un entusiasmo contagioso, se llamaba Patricio Olguín.
Por su parte, Klein, doctor en Biología Celular y Molecular, y director del Centro de Genética y Genómica de la Universidad del Desarrollo, hacía tres años que investigaba la enfermedad de Gaucher, un raro trastorno hereditario causado por la mutación de un gen específico, que también aumenta el riesgo de desarrollar párkinson. Klein creía que si analizaba los genes asociados a los distintos síntomas del esa patología, muy distintos entre quienes lo padecen, podría desarrollar una medicina de precisión. Es decir, diseñar una terapia específica para cada tipo de párkinson. Entonces, pensó en las moscas.
—Si uno está trabajando con enfermedades del envejecimiento, hacerlo con organismos que tienen una vida corta te da una gran ventaja —dice el bioquímico, de 39 años—. Las moscas viven sólo dos meses, en cambio un ratón de laboratorio dos o tres años.
Pero tampoco era cualquier tipo de mosca. Patricio Olguín, investigador del Programa de Genética del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Chile, había logrado estudiar el comportamiento de más de 200 líneas de Drosophila melanogaster —nombre científico de la mosca de la fruta o del vinagre—, todas con variaciones genéticas.
—Me junté a almorzar con Patricio Olguín y Gonzalo Olivares, también de la Universidad de Chile, y les conté sobre la investigación y sobre la posibilidad de hacerla con el modelo que tenían ellos. Y entre los tres elaboramos el proyecto —recuerda Klein.
Desde el punto de vista técnico, el asunto era bastante simple: tenían que enfermar a las distintas líneas de moscas con párkinson, ocupando una toxina llamada rotenona —una sustancia de origen vegetal antiguamente ocupada como insecticida—, y luego observar. La idea era hacer un estudio en tres etapas: descubrir cuáles son los genes implicados en el desarrollo de los distintos síntomas del párkinson; validar en pacientes su potencial predictivo en el desarrollo de la enfermedad; e indagar posibles tratamientos basados en otros genes, que podrían actuar como factores de protección. Ocho meses después, el proyecto ya tiene resultados sorprendentes:
—Estamos empezando a descubrir los primeros genes y redes de genes que podrían ser responsables de cada síntoma del párkinson —explica Klein.
El genetista cuenta que no todas las moscas desarrollan los mismos signos clínicos, sino que “hay algunas a las que no les afecta mucho su actividad motora, otras en las que significativamente disminuye, e incluso algunas que muestran una mayor actividad”. Para medir eso, midieron cuánto afectaba la enfermedad al sistema nervioso central de los insectos, calculando el tiempo que demoraban en atravesar caminando un tubo.
—Lo sorprendente es que las moscas que tienen problemas motores severos, no necesariamente son las que tienen una sobrevidamás corta —dice el investigador—. Esto sugiere que son distintos genes los que están implicados en los distintos signos clínicos.
Por sus alentadores resultados, hace tres meses el proyecto recibió un financiamiento de 200 mil dólares de parte de la fundación estadounidense The Pew Charitable Trust, que les servirá para financiar dos años de investigación. Con ese dinero, Klein, Olguín y Olivares pretenden trabajar en las tres fases en las que está dividido el estudio:
—Ellos financian proyectos que son de alto riesgo, pero con alto retorno. En el fondo, si le achuntamos, le damos con el palo al gato. Y si no, bueno, aprendimos otras cosas.
—¿Qué significaría acertar en esto?
—Encontrar los genes responsables de cada uno de los síntomas, y que nos sirvan para predecir en humanos qué va a pasar. Sería un mega descubrimiento en el estudio del párkinson.
Texto: Jorge Rojas