Las clases en línea están siendo la mejor opción de continuar con el proceso educativo de los más de 3 millones 600 mil estudiantes que, por reglamento sanitario, han dejado de asistir a sus establecimientos con el fin de evitar posibles contagios de COVID-19. Esto encontró a la comunidad escolar sin un plan de contingencia para enfrentar un escenario de tal complejidad.
“Ha sido un proceso complejo porque nadie estaba preparado, ni los establecimientos, ni las familias, e increíblemente, ni los estudiantes. Estos últimos a pesar de ser nativos tecnológicos no ven la tecnología como un aliado del aprendizaje, y eso ha sido un desafío para los profesores”, cuenta María Pía Ábalos, directora de Colegio Compañía de María de Seminario. Y agrega, “hemos ido evaluando cómo mejorar y cambiar aquellas dificultades que se han presentado, y en ese sentido la flexibilidad ha sido la palabra clave”.
Consejos para el Aula Virtual
A pesar que según cifras OCDE el 87,5% de los hogares cuenta con acceso a Internet, Ábalos recalca que esto no necesariamente asegura que exista un buen manejo de la herramienta, “nos hemos percatado que hay un desigual conocimiento de las diversas tecnologías y no todos los estudiantes poseen acceso a un dispositivo como celular o computador que les permita conectarse a la clase”, sentencia.
En tanto para Paloma Miranda, académica y jefa de la carrera Pedagogía en Educación General Básica del Departamento de Educación de la Universidad de Santiago de Chile, el mayor problema que se vislumbra en la educación en línea es “en realidad el del cambio de rutina que se da en ciertos espacios definidos. La escuela es un lugar de aprendizaje caracterizado por prácticas establecidas, las que no se realizan de manera frecuente o cotidiana en el hogar”.
En ese sentido, la académica de la USACH aconseja tomar las siguientes medidas, tanto por el equipo docente como por las familias de los estudiantes:
La directora del colegio Compañía de María de Seminario, complementa estas medidas aconsejando que los establecimientos deberían realizar un catastro que identifique rápidamente las necesidades de cada docente, y de cada estudiante y sus familias, con el objetivo de poder proporcionar la ayuda más precisa para garantizar un buen proceso educativo.
Finalmente, Miranda sugiere que el profesorado se atreva a trabajar contenidos más precisos, dinámicos y con lenguajes acordes al uso de Internet “y así contribuir a que las dificultades se minimicen. Por ejemplo, dando tareas que no sean una traducción de una clase presencial, sino que se visualice en su origen como una clase que se ejecute en un hogar que puede o no tener las comodidades y que, por lo tanto, vincule experiencias cotidianas con el contenido”.
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