Un astrofotógrafo que toma fotos imposibles de los planetas, una artista que aprendió a pintar el infinito, un ingeniero que convierte el ruido del espacio en música. Estos son tres chilenos que utilizan la ciencia para hacer arte.

Observar las estrellas para poder traducir la inmensidad del espacio en algo que entendamos. Experimentar, para buscar nuevas formas de percibir el cosmos. Esa es una tarea que durante siglos ha sido de la astronomía, y también del arte. Desde tiempos primitivos, los seres humanos hemos vivido cautivados por el cielo, obsesionados con la idea de conocer los misterios del Universo y entender así, de alguna forma, nuestro propio origen. No es raro, entonces, que científico y artista hayan sido alguna vez, hace muchos años atrás, un mismo sujeto.

Antes de que tuviéramos grandes telescopios, capaces de fotografiar el cielo, los astrónomos tenían que plasmar sus descubrimientos de forma artística, para  poder representar lo que sus rudimentales instrumentos eran capaces de ver. El renacentista Galileo Galilei, padre de la astronomía moderna —y aficionado a la música, la literatura y la pintura—, nos enseñó cómo era, desde cerca, la Luna. A inicios del siglo XVII, detalló como nunca antes los accidentes de nuestro satélite natural: para lograrlo, pintó una serie de acuarelas de tonos marrones, que mostraron al mundo montañas, cráteres y mares polvorientos desconocidos hasta ese momento. La ciencia y el arte, entonces, eran dos cosas inseparables.

Hoy, en una época en que la tecnología permite registrar con precisión estrellas y galaxias a millones de kilómetros de distancia, existen científicos y artistas en nuestro país que quieren recuperar esa unión perdida, desarrollando nuevas técnicas para retratar la belleza y la complejidad del Universo. Por ejemplo, utilizando sonidos captados con el radiotelescopio ALMA para transformarlos en música, aprendiendo a pintar el cosmos en capas de óleo o buscando la fotografía más extraordinaria de las estrellas que brillan en nuestro cielo.

 

La cámara que captura planetas

Roberto Antezana, técnico en astronomía del Observatorio Cerro Calán de la Universidad de Chile, esperó veinte años para poder sacar la fotografía que cambiaría su vida. Era junio de 2017 y tenía solo cinco minutos para captar la imagen en la “hora azul”, ese breve momento del atardecer en que existe un equilibrio perfecto entre el día y la noche. Lo que quería fotografiar era Saturno saliendo por la Cordillera de los Andes, específicamente por el Cerro Provincia, con la sombra de un puñado de montañistas recortada en el horizonte.

Lograr esa imagen —el planeta captado no por un telescopio, sino por una cámara fotográfica, asomándose por sobre un paisaje terrestre— representaba un enorme reto técnico, que ya había frustrado a muchos otros astrofotógrafos en el mundo. Para conseguirlo, Antenaza debía coordinar, en el momento justo y con una precisión casi irrealizable, las coordenadas exactas de Saturno en el momento en que pasaría por la cordillera, las condiciones climáticas adecuadas para poder observar el fenómeno —tarea muy difícil en pleno invierno—, y el recorrido de los montañistas para que estuvieran en el lugar preciso a la hora correcta.

Fotografía tomada por Antenaza desde el cerro La Dormida. En ella se puede apreciar una corona cósmica formada por la Luna, la estrella Antares y los planetas Júpiter, Venus y Saturno.

—Mucha gente pensó que la había hecho con Photoshop, no creían posible captar algo así —dice Antezana, al teléfono desde su oficina en la cima del Cerro Calán.

Pero la fotografía era real. La maestría con que el científico logró capturar el cuerpo celeste fue el resultado de años de práctica fotográfica, su habilidad para realizar cálculos de alta complejidad y sus conocimientos de meteorología. Para elegir el lugar y fenómeno que va a fotografiar, cuenta Antezana, lo primero que hace es visualizarlo en su mente. Imagina composiciones donde elementos icónicos la ciudad se alineen con astros o planetas, momentos que nunca antes han sido capturados y que revelan una mirada sensible, y una capacidad para entender cómo los colores y las formas interactúan para crear piezas únicas.

 

Una vez que el astrofotógrafo conoce su objetivo, comienzan los cálculos: posición perfecta, día, hora, condiciones climáticas. Sabe que no hay tiempo para improvisar: no suele tener más que segundos para registrar cada evento. Unos disparos, y el momento pasó.

 

Una vez que conoce su objetivo, comienzan los cálculos: posición perfecta, día, hora, condiciones climáticas. Con esos datos visita el lugar elegido para practicar los planos y familiarizarse con el terreno. Sabe que no hay tiempo para improvisar: no suele tener más que segundos para registrar cada evento. Unos disparos, y el momento pasó. Años de ensayo y error lo han llevado muy cerca de la perfección: sus imágenes han dado la vuelta al mundo, y han apareciendo en medios como la BBC de Londres. Además, ostenta el record mundial de fotografía a distancia por una imagen captada desde Argentina del monte El Plata, tomada a 439 kilómetros de distancia —la distancia entre Santiago y Concepción.

El planeta Saturno emergiendo por sobre el Cerro Provincia.

Su próximo evento a retratar, cuenta, será el eclipse total de Sol que ocurrirá en la Región de Coquimbo en julio de este año. Piensa escalar una montaña —cuyo nombre y ubicación prefiere mantener en secreto— para conseguir un ángulo único. En ese viaje, será acompañado por una productora que se encuentra realizando un documental sobre su trabajo. Serán varios días de travesía y escalada hasta llegar al punto exacto para capturar la imagen.

—Todo vale la pena cuando veo el resultado final. Y no soy el único que lo piensa así: el recibimiento de la gente ha sido impresionante —dice el astrofotógrafo—. Todos se dan cuenta de que este es un trabajo distinto, difícil, pero muy lindo.

 

Las estrellas susurran colores

La veladura es una técnica de pintura que se realiza por capas, en que cada capa de óleo diluido en aceite debe ser extremadamente delgada, casi transparente, para obtener un efecto natural de suave profundidad. Ha sido utilizada por los maestros de la Antigüedad, Edad Media y Renacimiento, y hasta el día de hoy.

Imagen nocturna de un mural realizado por Zúñiga.

Tal como los cuadros de Rembrandt, famoso pintor holandés del siglo XVII y uno de los maestros de esa técnica, el Universo también está formado por capas. Silvana Zúñiga, artista visual, no lo sabía cuando comenzó a experimentar pintando cuerpos celestes en óleo. Pero la técnica le pareció lo más natural para lograr la sensación de profundidad infinita que le evocaban las galaxias.

—Partí dibujando la Luna y algunas nebulosas, pero no tenía conocimientos de astronomía, lo hacía solo porque me atraían los colores y las formas —cuenta Zúñiga—. Después vino la curiosidad por conocer más sobre lo que pintaba.

Entonces, Zúñiga decidió ponerse en contacto con Erika Labbé, astrónoma y académica del Núcleo de Astronomía de la Universidad Diego Portales, quien aceptó hacerle clases particulares. Poco tiempo después, la científica fue a visitarla a su taller para ver las obras en óleo en las que estaba trabajando.

La pintora Silvina Zúñiga, junto a uno de sus murales astronómicos.

—Fue un sueño para mí conocer a una astrónoma —cuenta Silvana—. Y cuando empecé a aprender, se me hizo mucho más fácil pintar las imágenes.

 

Zúñiga entendió que para pintar explosiones espaciales, el pincel debe ir de adentro hacia fuera, y que el Universo está compuesto por capas donde están insertos los cuerpos celestes. También que la astronomía se puede investigar a través de la pintura.

 

Junto a Labbé entendió, por ejemplo, que para pintar explosiones espaciales, el camino del pincel debe ir de adentro hacia fuera; y que el Universo está compuesto por capas donde están insertos los cuerpos celestes a distintas profundidades, tal como sugería la técnica de la veladura. Y más importante aún: que la astronomía se puede investigar a través de la pintura. Cómo se forma el espacio, cómo nacen las nebulosas, de dónde vienen las galaxias y a dónde van.

La nebulosa de la Laguna, realizada con la técnica de la veladura.

Su primera exposición, en 2017 y en conjunto con el Núcleo de Astronomía, fue una serie de ocho cuadros realizados en base a imágenes tomadas por el Telescopio Hubble, llamada El desarrollo de la luz. Gracias al éxito de esa exhibición, el Observatorio ALMA le encargó una serie de pinturas que retrataran la fosforescencia del infrarrojo, que llamó Luz invisible. Actualmente, prepara una muestra para celebrar los cincuenta años de la misión del Apolo 11, que llevó por primera vez al hombre a la Luna. Serán cincuenta cuadros de los momentos más importantes de la era espacial, que serán exhibidos en julio de este año.

—Es difícil, no hay muchos artistas que hagan cosas así y los científicos tampoco están acostumbrados a trabajar con nosotros —dice la pintora—. Esto es una manera de acercar la ciencia y la astronomía, porque la gente necesita cosas más sensibles. Esto es una manera distinta, más rica, de experimentar el Universo.

 

ALMA tiene una melodía

En el espacio, un ser humano no puede escuchar nada: se vuelve sordo y mudo. Eso, porque el vacío impide que el sonido se propague. Si un astronauta intentara hablar en el espacio, nadie podría oír sus palabras.

Sin embargo, los seres humanos hemos aprendido a construir oídos capaces de escuchar los ruidos del espacio. El más extraordinario de ellos es ALMA (Atacama Large Millimeter Array), ubicado en el Llano de Chajnantor, en pleno desierto de Atacama, un radiotelescopio gigantesco conformado por 66 antenas de hasta doce metros de diámetro, capaz de registrar longitudes de onda milimétricas y submilimétricas para obtener imágenes detalladas de los cuerpos celestes.

Ricardo Finger trabajando en uno de los radiotelescopios de ALMA.

Armados con esa herramienta poderosa, el ingeniero eléctrico Ricardo Finger, académico del Departamento de Astronomía de la Universidad de Chile, y el astrónomo Antonio Hales, de ALMA, desarrollaron un método único para poder escuchar, por primera vez, los ruidos del Universo. Se trata de un proceso de decodificación de las ondas captadas por ALMA, que son almacenadas en forma de espectros.

—Lo que ALMA registra es radiación electromagnética, es una señal que varía en el tiempo. Pero ALMA no guarda toda la señal, guarda sólo los espectros. Nosotros creamos el sonido que habría generado ese espectro —explica Finger.

Los dos investigadores se conocieron trabajando en ALMA, ambos tenían interés por la música y sentían curiosidad por escuchar una interpretación de las ondas registradas por el radiotelescopio. Así nació el proyecto Sonidos de ALMA.

 

“Lo que ALMA registra es radiación electromagnética, es una señal que varía en el tiempo. Pero ALMA no guarda toda la señal, guarda sólo los espectros. Nosotros creamos el sonido que habría generado ese espectro”, dice el ingeniero eléctrico Ricardo Finger.

 

Lo primero que hicieron fue diseñar un código computacional para traspasar esos espectros a sonidos, y una vez que lo consiguieron, comenzaron a traducirlos y exportarlos a un banco de sonidos, que luego subieron de forma gratuita a una página web, para que cualquier persona interesada pudiera acceder a ellos.

Los ruidos de ALMA traducidos por Finger fueron presentados en el Festival Sonar de Barcelona.

—La comunidad internacional prendió inmediatamente. Varios DJs ocuparon los sonidos y nos enviaban las canciones —cuenta el ingeniero—. Hubo un gran interés en los músicos, no esperábamos que hubiese tanta gente en el mundo interesada en usarlos, poniéndolos en fiestas y produciendo vinilos.

Gracias a ese éxito, los organizadores del Festival Sonar de Barcelona —uno de los más importantes de música electrónica en el mundo— se contactaron con Finger y Hales para invitarlos a participar con un stand en 2016, donde explicaron al público la innovadora tecnología ocupada para generar los sonidos.

Las posibilidades de unir ciencia y música siguen siendo infinitas. Eventualmente, dice como ejemplo Ricardo Finger, se podría escribir un código que tradujera en sonidos los datos del encefalograma de una persona mientras duerme o medita. Podríamos ser capaces de escuchar la mente, los pensamientos de un cerebro humano, otro universo quizás tan misterioso como el de las estrellas y planetas.

 

Texto: Natalia Correa