Desde 2016, más de seis mil estudiantes, en 86 liceos, han sido parte del programa Cultura CTI, que lleva a investigadores de primer nivel a desarrollar proyectos científicos con docentes y estudiantes, como crear una laguna artificial o un robot inteligente.

 

El objetivo es dar a conocer las ciencias en la sala de clases, pero no de cualquier manera: de una en que los niños logren entenderla, imaginarla y crearla. Una, en suma, en que ellos mismos sean los protagonistas de las investigaciones. Eso, cree Natalia Mackenzie, directora del Programa Explora de CONICYT, es lo que hay que hacer para despertar el interés de los escolares. Con esa lógica —cómo convertir el aprendizaje en una experiencia que cautive—, nació Cultura Ciencia, Tecnología e Innovación (Cultura CTI), una de las iniciativas más importantes de educación científica en el país, que diseña proyectos para conectar a los investigadores con los centros educacionales y llevarlos a los espacios escolares.

—La curiosidad en los niños es algo innato y hay que mantenerla  —dice Mackenzie—. No puede opacarse a medida que van entrando en sistemas educativos tradicionales, alejándose de la posibilidad de aprender haciendo y de estar constantemente descubriendo.

Entender por qué y de qué manera se producen los terremotos, conocer los avances técnicos en la creación de robots o descifrar cómo funciona el cerebro de los animales, entre ellos del ser humano. Esas son algunas de las temáticas que ha desarrollado Cultura CTI en colegios públicos de todo el país, dentro y fuera de sus salas de clases: muchos alumnos, guiados por sus profesores y por los científicos a cargo de las experiencias, han salido a recorrer a cerros y lagos, han visitado laboratorios, han construido hornos solares o han creado nuevos espacios dentro de sus colegios para poder experimentar.

El programa funciona así: los investigadores postulan sus proyectos —en áreas variadas, que van desde astronomía o biología, hasta historia— y el Programa Explora evalúa su pertinencia y calidad, creando un catálogo con los seleccionados. Luego, cada establecimiento elige, de acuerdo a sus propias necesidades, las investigaciones que quiere desarrollar. Una vez seleccionado el proyecto, se desarrollan formas para articularlo con las asignaturas, ya que debe enseñarse en al menos 20 horas a la semana. Esa articulación, que está a cargo tanto de los investigadores como de los profesores, es el elemento clave para su éxito.

Los alumnos de la Escuela Básica Su Santidad Juan XXIII construyeron una ecopileta con peces y plantas acuáticas.

—Uno de nuestros principios básicos es considerar tanto los saberes de los docentes como de los científicos e investigadores —dice Mackenzie—. Si bien las actividades vienen desde el mundo de la ciencia, deben entrar en un codiseño, adaptándose a las necesidades reales de la escuela. No es que el investigador llega e impone algo, sino que crea una actividad con flexibilidad y adaptabilidad a las situaciones de los colegios.

Uno de los programas más exitosos se creó en 2016 en la comuna santiaguina de San Joaquín, en la Escuela Básica Su Santidad Juan XXIII de La Legua: el proyecto Ecopileta. Allí, los mismos estudiantes, guiados por el biólogo Juan Carlos Gutiérrez, crearon una laguna artificial con plantas acuáticas y peces, lo que les permitió conocer más sobre la biodiversidad, como la delicada relación entre los distintos seres vivos y su ecosistema. Los cambios en los estudiantes, cuenta María Alejandra Benavides, la directora de la escuela, fueron notables: la asistencia escolar aumentó de un 77 a un 85% y, de diez niños que solían repetir, la cifra disminuyó a sólo dos ese año.

—Cuando uno le presenta temas de ciencia y tecnología a los niños de manera atractiva, ellos logran entender cómo les puede servir en su vida cotidiana o incluir ese conocimiento en sus toma de decisiones —dice Mackenzie—. Si uno les enseña, por ejemplo, a observar pájaros, su mirada hacia lo natural cambia, todo lo que los rodea cambia.

Luego de que en 2016 se desarrollaran los primeros pilotos de Cultura CTI en tres escuelas públicas de Santiago y nueve en la Región de Los Ríos, el año pasado el programa se integró al sistema de Nueva Educación Pública, que busca fortalecer a los liceos del Estado, ampliando su cobertura en la Región Metropolitana y en otras regiones, como la de Coquimbo. Así, entre 2016 y 2018, ha llegado a más de seis mil estudiantes, y ha trabajado con 379 profesores en 86 establecimientos. Este año, la convocatoria se cerró el 19 de junio y recibió alrededor de 130 postulaciones, que actualmente están en evaluación por el Programa Explora, siendo la participación más alta desde su creación.

 

“Cuando uno le presenta temas de ciencia y tecnología a los niños de manera atractiva, ellos logran entender cómo les puede servir en su vida cotidiana o incluir ese conocimiento en sus toma de decisiones. Si uno les enseña, por ejemplo, a observar pájaros, su mirada hacia lo natural cambia, todo lo que los rodea cambia”, dice Natalia Mackenzie.

 

Los científicos participantes, que pueden pertenecer tanto a universidades como laboratorios privados, ONGs o centros de investigación, deben cumplir con tres requisitos fundamentales: crear propuestas creativas, que integren el entorno y que permitan a los niños adentrarse en áreas del saber que hasta entonces desconocían. El objetivo final es que puedan imaginar cómo el conocimiento puede repercutir, de múltiples maneras, en sus propias vidas.

—Hemos visto niños y niñas que solían hablar muy poco, que ahora participan. O que tenían problemas de conducta, pero con esta metodología, que es más desordenada y en grupos, han cambiado su comportamiento —concluye Mackenzie—. La investigación es una manera de pensar, una metodología que hace que cuestiones las cosas, que tengas un pensamiento crítico y conciencia de lo que te rodea. Eso es lo que nos interesa transmitirles.

 

Texto: Carolina Sánchez