Un equipo internacional, compuesto por tres científicos chilenos, publicó en Nature la primera explicación sobre las causas y posible tratamiento de una nueva variante de la insuficiencia cardiaca, que está afectando a cada vez más personas en todo el mundo.

Si hay algo que el bioquímico Francisco Altamirano siempre quiso, fue tener tiempo suficiente para estudiar el corazón. Comprender los secretos de su funcionamiento interno, el delicado equilibrio celular que le permite llenarse de sangre, para luego arrojarla en cada latido hacia todos los canales que hacen posible la vida de un cuerpo. Por teléfono desde Dallas, en donde investiga para la Universidad de Texas Southwestern, utiliza la palabra “nobleza” para calificar todo lo que hace el corazón por nosotros. Hasta que se enferma.

Según las cifras de la American Heart Association, para el año 2030 más de 23 millones de personas habrán muerto por algún tipo de enfermedad cardiovascular, y 26 millones de personas en el mundo ya padecen una de sus formas crónicas más letales, la insuficiencia cardiaca, cuya versión más común —con función contráctil reducida— se genera cuando el corazón, a causa de enfermedades como la diabetes, la hipertensión o la obesidad, pierde la fuerza que necesita para bombear sangre por todo el organismo. Una enfermedad para la cual no existe una cura pero sí tratamiento, que sin embargo en las últimas dos décadas ha dado paso a una nueva variante, frente a la cual la ciencia recién está intentando dar sus primeras respuestas.

Se llama insuficiencia cardiaca con función sistólica preservada (ICFSP) y su aparición a nivel mundial encendió las alarmas sobre cómo nuestra vida sedentaria y mala alimentación está afectándonos como especie. Los cardiólogos e investigadores, de hecho, hablan de ella como una “enfermedad crónica culturalmente transmisible”, es decir, un trastorno que podría considerarse contagioso, por los malos hábitos que se transfieren de padres a hijos. En términos sencillos, en la ICFSP el corazón no ha perdido su capacidad física de contraerse y bombear, pero no es capaz de relajarse lo suficiente para permitir que la sangre ingrese en él. Esta enfermedad representa hoy el 50% de los casos de insuficiencia cardíaca en el planeta.

 

Según la American Heart Association, para el año 2030 más de 23 millones de personas habrán muerto por algún tipo de enfermedad cardiovascular, y 26 millones de personas en el mundo ya padecen una de sus formas crónicas más letales, la insuficiencia cardiaca.

 

Francisco Altamirano comenzó a estudiarla en 2015, cuando comenzó su posdoctorado recomendado por el reconocido químico farmacéutico chileno Sergio Lavandero, que llevaba más de cinco años haciendo estudios del corazón en la Universidad de Texas Southwestern Medical Center, en Dallas. Junto a él, el cardiólogo italiano Gabriele Schiattarella y el estadounidense Joseph Hill, empezaron a preguntarse de qué forma el corazón era afectado por la ICFSP, un trastorno que si bien parece tener causas claras —la comunión entre diabetes, hipertensión, obesidad y colesterol alto, que, a diferencia del pasado, hoy es  común encontrar a la vez en un mismo paciente—, aún no había sido comprendido a nivel de sus mecanismos biológicos, no existía tratamiento alguno, ni tampoco un modelo animal para hacer experimentos, capaz de desarrollar la enfermedad para arrojar algunas pistas.

—Era muy difícil de estudiar, porque no había ejemplos de un modelo animal que desarrollara este tipo de deficiencia —dice Altamirano—. Existían algunos ratones obesos, con algunas de las características que llevan al ICFSP, pero no cumplían con todo lo observado en los pacientes. Por eso, lo primero fue buscar la forma de desarrollar la enfermedad  y lo logramos con la mezcla de una dieta alta en grasas y una droga para subir la presión arterial.

Los científicos Francisco Altamirano y Sergio Lavandero, trabajando en su investigación sobre la insuficiencia cardiaca en la Universidad de Texas Southwestern Medical Center.

Para eso, sumaron al equipo a la nutricionista chilena Elisa Villalobos, quien participó de la investigación en el modelo de ratón con ICFSP. Ese logro, esencial para poder experimentar, les abrió la puerta que los llevaría a publicar en la prestigiosa Nature, el mes pasado, la primera explicación convincente de cómo actúa la enfermedad en el corazón. Lo esencial, explica Altamirano, fue notar que los ratones sufrían una pérdida de la función en dos proteínas claves para mantener su equilibrio: IRE1, que actúa como un sensor que enciende las alarmas cuando hay un desajuste a nivel celular; y XBP-1, que es la que tiene la misión de repararlo.

La causa detrás de esa pérdida, entendieron luego de una serie de experimentos con ratones genéticamente modificados para prender y apagar proteínas a voluntad, es un exceso de óxido nítrico en el corazón, producido por los procesos inflamatorios de las enfermedades que lo atacan. Una condición que, sin embargo, mostró claras mejoras cuando volvieron a activar XBP-1 en los ratones, lo que podría ser el inicio del camino hacia un posible tratamiento. De hecho, buena parte de los experimentos fueron replicables en muestras de corazón humanas, gracias a un acuerdo con la Escuela de Medicina John Hopkins, de Baltimore, que cuenta con un número considerable de pacientes con ICFSP, en un país donde el 40% de la población es obesa.

 

“Este es el punto de partida: haber entendido la enfermedad. Sin embargo, cuando tú trabajas con enfermedades que son incurables, la clave está en el trabajo de prevención”, dice el investigador Sergio Lavandero, uno de los líderes del proyecto.

 

Actualmente, el equipo, liderado por Joseph Hill, Gabriele Schiattarella y Sergio Lavandero —quien desde 2014 es director del Centro Fondap de Estudios Avanzados de Enfermedades Crónicas (ACCDIS)—, está trabajando en un acuerdo con la Universidad de Wuhan, ubicada en la provincia china de Hubei, para extender sus experimentos a animales con corazones más semejantes al humano. Mientras el del ratón genera unos 600 latidos por minuto, el nuestro sólo llega a 80.

—Este es el punto de partida: haber entendido la enfermedad —dice Sergio Lavandero, de 59 años, al teléfono desde China—. Sin embargo, cuando tú trabajas con enfermedades que son incurables, la clave está en el trabajo de prevención. Esta es la consecuencia final de todas estas enfermedades que son muy comunes, como la hipertensión, que la tiene el 50% de los chilenos mayores de 50 años. Pero son enfermedades que se pueden prevenir antes de llegar a una insuficiencia cardiaca.

Por eso, cuenta el científico, este año decidió postular, a través de la Universidad de Chile, al Concurso de Proyectos Asociativos Regionales 2019-2022 del Programa Explora de CONICYT. Ellos liderarán el PAR RM Norte, a través del cual se preocuparán de promover la ciencia y la tecnología para estudiantes en 17 comunas de la zona nororiente de la Región Metropolitana. En total, el 33% de los colegios de Santiago. De esta forma, dice, intentará poner en marcha el que considera el mejor tratamiento para las enfermedades del corazón: la educación, desde la niñez, para una vida saludable. El único antídoto infalible contra una enfermedad cultural.

 

Texto: Nicolás Alonso