La primera vez que el doctor en biotecnología Álvaro Castro visitó el bosque de araucarias más alto de la cordillera de Nahuelbuta, en noviembre del año pasado, sintió que en cualquier minuto podía aparecer un dinosaurio. Era un paisaje indómito, asombroso, dice. Pero también incapaz de esconder el daño que esos árboles milenarios presentaban en sus ramas, pobladas de hojas amarillentas o —en los casos más avanzados— completamente vacías. Era un formidable bosque de araucarias, cuenta Castro, con ejemplares de hasta dos mil años de antigüedad, pero era también un bosque enfermo, moribundo.
—El daño se ve, es evidente: se observa a simple vista que las ramas se están secando —dice Castro, de 44 años, en referencia al daño foliar, la enfermedad que ha infectado al 90% de los ejemplares de Araucaria araucana, declarada en peligro de extinción en diciembre del año pasado.
Un mes después del anuncio de esa trágica noticia, el biotecnólogo asumió el liderazgo de un proyecto de la Universidad de California Davis en Chile —que tiene un centro de innovación en el país hace tres años, del cual es coordinador de investigación— para salvar a nuestro árbol nacional de su desaparición. El centro llevaba desde 2016 realizando distintas investigaciones al respecto, y participando en una mesa de trabajo de CONAF, compuesta por varias universidades, organismos públicos y privados, para intentar descubrir la identidad del misterioso enemigo de esta especie.
Lo primero fue intentar comprender cómo se desarrollaba la enfermedad: observar las ramas amarillentas y las raíces dañadas, para entender de qué forma actuaba el mecanismo que las estaba afectando. Entonces notaron, extrañados, que no siempre presentaban los mismos síntomas. En algunos árboles, la enfermedad parecía extender su aridez desde la raíz y subir por el tronco; pero en otros era al revés, nacía de adentro de las mismas ramas.
—Esos síntomas erráticos a veces se hacen difíciles de explicar —dice Castro—, y por ello empezamos a sospechar que podía haber varios microorganismos causando esto. Por eso, decidimos hacer un muestreo exhaustivo de araucarias, para entender si había un componente microbiológico en el daño que estábamos observando.
Con ayuda de un equipo de la Universidad Andrés Bello, Fundación Mar Adentro y CONAF, decidieron tomar muestras de los árboles enfermos, en una docena de sitios de las regiones del Biobío y La Araucanía. Luego llevaron esas muestras al laboratorio, con la esperanza de entender en detalle sus enormes y variados universos microbianos. No fue fácil, reconoce Castro, buscar un enemigo a ciegas, sin saber si se trataba de una bacteria, un hongo o un virus, o quizás los tres a la vez. De a poco, sin embargo, las piezas comenzaron a encajar. Algunas investigaciones anteriores en el tema habían planteado que la enfermedad se debía a la sequía, y otras que el causante debía ser un hongo. Mirando las muestras de todo el país, a ellos les pareció que podían ser ambas.
—Decidimos buscar una explicación que integrara esas dos líneas —dice el biotecnólogo—, planteando que existía un desbalance en los microorganismos que coexisten habitualmente en la araucaria. Es decir, que por algún motivo, como la sequía, estos microorganismos se descontrolaron y comenzaron a causar problemas en su interior.
Mientras el equipo de la UC Davis Chile investigaba esa hipótesis, las cosas empeoraron: las miles de araucarias que CONAF había plantado desde el inicio de la crisis en viveros —lejos de los bosques, para evitar contagios—, comenzaron también a enfermarse.
—Estaban muy preocupados —dice Castro—, porque necesitaban que esas plantas efectivamente pudieran llegar a ser adultas, para poder hacer un plan de conservación de la especie. Pero si esto era culpa de un hongo, era posible hacer ciertos tratamientos.
Decidieron, entonces, revisar todos los patógenos presentes en las muestras y armar una lista de sospechosos con una veintena de hongos. No era poco trabajo, ya que tenían que estudiar genéticamente cada uno de ellos, enviar el material a laboratorios de Estados Unidos y luego interpretar los datos de las secuenciaciones de ADN.
En septiembre de 2018, a casi tres años del comienzo de la investigación, Castro y su equipo lograron dar con el que —piensan— es el enemigo de la araucaria: la Phytophthora, un hongo cuyo nombre, del griego, promete lo que cumple: “la destructora de plantas”. Sin embargo, aún tenían que explicar por qué algunos árboles parecían enfermarse desde sus pies, y los otros desde el cielo. Hoy tienen evidencias de que el enemigo que buscaban es Phytophthora Lateralis, capaz de infectar de diferentes formas, y sospechan que podría haber una segunda especie de hongo, de la misma familia, involucrada. Ambas pueden llenar el aire de esporas y, como una amenaza etérea, producir la enfermedad incluso en las ramas más altas.
—Comenzamos a determinar de una manera más específica el posible agente —dice Castro—, y lo respaldamos con evidencia muy fuerte de otras instituciones. Ahora podemos mirar qué es lo que haremos de aquí para adelante, en términos de empezar a resolver el problema. Y si nos va bien, le va a ir a bien a toda la conservación de la araucaria.
Actualmente, el biotecnólogo y su equipo están aplicando biocontroladores en ensayos controlados, microorganismos capaces de combatir los hongos sin generarles daño a los árboles. Si bien es un avance, todavía queda camino por recorrer: aún les queda aislar el hongo de las plantas enfermas, y hacer experimentos para entender cómo se comporta específicamente. Y cuáles son sus puntos débiles. También están elaborando un estudio genético completo —algo que nunca antes se había realizado—, para poder preservar la diversidad genética de la especie de la mejor forma posible.
Álvaro Castro, realista, dice entender que la desaparición de algunas especies es inevitable, pero en el caso particular de la araucaria considera esencial su preservación, pues presenta una importante relación cultural y social con nuestros pueblos originarios, los custodios ancestrales de ese material genético.
—Y la ciencia —agrega—, al menos como yo la entiendo, siempre tiene que estar a disposición de resolver los problemas de la sociedad.
Texto: José Miguel Martínez
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