El proyecto Nuestros Suelos le otorga a agricultores chilenos un kit de experimentos para medir el daño en sus tierras y participar en la elaboración de soluciones.

 

Tres años atrás, Sebastián Ureta, director alterno del Núcleo Milenio de Investigación en Energía y Sociedad (Numies), estaba investigando los resultados de diversas políticas públicas para reducir el daño a los suelos, cuando llegó a una conclusión: que sin ayuda de la ciudadanía era imposible enfrentar el problema. Las iniciativas que vio, dice, eran costosas y estaban poco conectadas con las comunidades locales. Por eso, se le ocurrió diseñar una herramienta científica que involucrara a las personas, tanto en la obtención de los datos sobre la calidad de los suelos en que trabajan, como en la posible solución del deterioro.

—Hoy tenemos un problema serio con los suelos contaminados y degradados, principalmente por la minería —dice el sociólogo, de 43 años —. Cuando estaba revisando los temas ambientales críticos en Chile, me di cuenta de que las ciencias sociales estaban muy ausentes. Por eso, me pareció fundamental ver la problemática desde otra arista, desde todos los actores. Entendí que desde una sociología ambiental se podían repensar estos problemas y sus soluciones, porque la situación es crítica.

El sociólogo Sebastián Ureta. (Foto: Universidad Alberto Hurtado).

El problema es global: según la publicación británica The Lancet Commission on Pollution and Health, la contaminación de suelos por químicos y metales pesados afecta a 61 millones de personas en 49 países, y también a la biodiversidad. A raíz de esa preocupación, Ureta fundó el proyecto Nuestros Suelos —apoyado por Fondecyt Regular, la Universidad del Desarrollo, la ONG Suelo Sustentable y el Renssealer Polytechnic Institute de Estados Unidos—, con el objetivo de crear, a través de una metodología participativa, un kit ciudadano de análisis de suelo.

La herramienta está compuesta por una serie de tests de fertilidad y contaminación, que permiten analizar, por ejemplo, la presencia de elementos como arsénico y cobre. Para eso, el kit mezcla las muestras de tierra con reactivos químicos y compara las reacciones con medidas estándar, que permiten indicar las concentraciones relativas de cada elemento.

Durante el último año y medio, el equipo de Numies ha probado el kit en varias comunidades rurales de la Región de Atacama, a través de una treintena de agricultores que fueron capacitados para analizar sus tierras. Una vez que las pruebas son realizadas, los distintos participantes registran los resultados en una ficha, las comparten entre sí y más tarde con un equipo técnico, con el cual diseñan soluciones para mejorar el estado sus tierras.

 

“La gente produce estos datos, y eso hace que terminen apropiándoselos. Hoy saben qué significa un determinado nivel de arsénico cuando los niños juegan afuera. Lo que importa es que la gente mastique el dato científico; lo comente, lo entienda y le termine perdiendo el miedo a la ciencia”, dice Sebastián Ureta.

 

—La idea es que puedan usar de mejor forma su suelo —explica Ureta—. Todo esto es bajo la lógica de la ciencia ciudadana: tiene que ser accesible y hacer sentido. Es fundamental que la gente entienda y se familiarice con lo que ocurre en sus territorios, sólo así se vuelve parte de las soluciones.

—¿Por qué es tan importante que el proceso sea colectivo?

—Hay que verlo así: si la ciudadanía no es parte de la resolución de los problemas, de lo que hay que hacer, el problema simplemente no existe. Acá en Chile, y a partir del estallido social, quedó en más evidencia que nunca que la ciudadanía tiene que ser activa en la defensa de sus derechos, de sus condiciones de vida. Entonces, con las antiguas herramientas que existían, que podían ser muy buenas pero, por su costo y desconocimiento, eran imposibles de aplicar, el tema se volvió irrelevante. Hoy, en cambio, les importa, son parte.

Los agricultores que participan en el proyecto se reúnen a discutir sus resultados y generar soluciones, con la asesoría de un equipo técnico.

—¿Cómo se traduce eso en soluciones?

—La gracia de que ellos tengan las herramientas, es que les permite acceder a una serie de datos del estado de sus suelos; pueden actuar o implementar medidas concretas. Lo más importante de esto es que les permite adquirir conocimiento, y eso es más relevante que el dato mismo. No es sólo producir información, que obviamente será menos sofisticada que las de los laboratorios más especializados, sino que las personas entiendan, se preocupen respecto al bienestar de sus territorios.

—¿Cómo eso puede impactar en el largo plazo?

—Esa es nuestra gran pregunta de investigación. Hasta el momento hemos testeado en la Región de Atacama, y luego de aplicar el kit se han generado conversaciones sobre cómo tratar los suelos. La gran mayoría son agricultores que tienen sitios muy pequeños y con ellos nacen discusiones que abordan desde qué tipo de fertilizantes utilizar, hasta qué lugares dejar descansar. Generar conciencia ambiental es demoroso si llegas como el científico que va a dar clases sobre los problemas y decirles qué hacer. Eso pasa mucho: se llega de Santiago con una serie de cosas por hacer, todo justificado con resultados y datos de laboratorios que muy pocas veces la gente entiende. Eso es un acercamiento muy ajeno.

—Que no los incluye en la búsqueda de la solución.

—Claro, ahí esta la gracia de la ciencia ciudadana. El potencial que vemos es que en el mismo hecho de que la gente produzca estos datos, hace que terminen apropiándoselos. Son datos más cualitativos que cuantitativos, pero hacen sentido, generan conversaciones. Hoy saben qué significa un determinado nivel de arsénico cuando los niños juegan afuera de la casa. Es algo que miden ellos. Lo que importa es que la gente se involucre, que el ciudadano mastique el dato científico; lo comente, lo entienda y le termine perdiendo el miedo a la ciencia.

 

Texto: Carolina Sánchez