Isabel Orellana: “La brecha de género en ciencias no va a disminuir sola”

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  • 8 marzo, 2021

Cuando Eloísa Díaz rindió los exámenes para optar a la enseñanza universitaria, causó tal revuelo que la sala donde se presentó se llenó de curiosos y de representantes de la prensa interesados en cubrir el “evento”. La joven tenía apenas 15 años, y no solo los ojos del público estaban puestos en ella: un panel de destacados examinadores, entre ellos el historiador Diego Barros Arana, la evaluaba con atención.

El desenlace es conocido: seis años más tarde, Eloísa se tituló de la Universidad de Chile como la primera médico-cirujana del país. La historia consigna que tuvo que asistir a clases acompañada por su madre y enfrentar la resistencia de sus compañeros y profesores, al igual que otras mujeres que, como Ernestina Pérez Barahona, siguieron sus pasos.

¿Y fueron muchas las que siguieron sus pasos? Lamentablemente, no en esos años: “El Decreto Amunátegui, de 1877, estableció que las mujeres podían entrar a la universidad dando los mismos exámenes que los hombres, pero en ese entonces las niñas recibían una educación distinta a los niños; tenían un currículum diferenciado. La probabilidad de entrar a la universidad era mucho menor porque no estudiaban lo mismo. No les enseñaban constitución política, por ejemplo, ni ramos científicos. A lo más, algunas materias relacionadas con el cuidado de las personas”, explica Isabel Orellana, directora del Museo de la Educación Gabriela Mistral y autora de diversas publicaciones acerca de la educación de las mujeres.

Las cifras delatoras

Que las mujeres participen menos del mundo de las ciencias es un tema a nivel mundial, y Chile no es la excepción. Los datos entregados por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (exCONICYT) son contundentes: a pesar de que la participación femenina en carreras de pregrado alcanzó el 53,1% en 2018, la matrícula femenina en las carreras del área científica solo alcanzó el 22%.

“Todavía existe una representación del cientifico como un hopmbre blanco, que vive en un país industrializado. La genete no se imagina a una científica etíope”

Isabel Orellana, Directora del Museo de la Educación Gabriela Mistral

 

En otros campos de estudio, la historia es distinta. En las carreras de educación, la matrícula femenina fue de 83,3% y en salud y servicios sociales, de 79,9%, ambas áreas vinculadas a los roles históricamente asociados a la mujer: el cuidado de los otros.

La raíz filosófica

¿Qué explica que las mujeres opten menos por carreras científicas? Para Isabel Orellana, la respuesta está en tiempos remotos: “Mi opinión es que este problema radica en la filosofía”.

A su juicio, la relación entre cuerpo y alma habría originado la diferenciación de los roles femeninos y masculinos que vemos hasta el día de hoy. Mientras Platón veía el alma como mera usuaria del cuerpo, con lo cual el alma sería independiente del género, Aristóteles postulaba todo lo contrario: “él plantea que tu alma de mujer tiene que coincidir con tu naturaleza de mujer. Por lo tanto, tu cuerpo y tu género tienen que ser lo mismo”.

Y esta es la idea que trascendió en el mundo occidental. “Entonces, la mujer tiene una determinada naturaleza dentro de la que se tiene que desenvolver, y es la naturaleza de las emociones. La razón no forma parte de ella, y como la razón es la que gobierna a la ciencia, la mujer queda fuera”, concluye Orellana.

Forzar el cambio

Corría 1952 cuando la química inglesa Rosalind Franklin obtuvo una fotografía, por rayos X, que permitió descubrir la estructura de doble hélice del ADN. Esta imagen fue clave en el trabajo de sus colegas Watson, Wilkins y Crick, que en 1962 recibieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina apenas mencionando el nombre de la investigadora.

Rosalind había muerto en 1958, años después de alejarse de sus colegas, cansada del ambiente machista del laboratorio en el que trabajaba. Una de sus quejas habituales era que no se le permitía acceder a la sala de café por ser mujer, el lugar donde los investigadores debatían temas de trabajo de una manera más informal.

“Estas situaciones se naturalizan”, explica Orellana. Y aunque la situación vivida por Rosalind sería duramente criticada en la actualidad, no significa que no existan: “hoy mismo, si ves el comportamiento de niñas y niños, te das cuenta cómo se siguen reproduciendo los mismos roles de género. Ellas son las que anotan las observaciones de lo que sucede en el experimento, pero quien realiza el experimento es el niño”. Y no lo hacen por una decisión libre o consciente, sino porque se ha naturalizado un estereotipo: “Todavía existe una representación del científico como un hombre blanco, que vive en un país industrializado. La gente no se imagina a una científica etíope”.

Por esto, Isabel Orellana es una firme partidaria de intervenir el sistema para acortar la brecha: “No va a disminuir sola, si el camino está hecho para dejar a las mujeres fuera. Por ejemplo, hasta hace un tiempo no había prenatal y postnatal en las carreras de doctorado”. Cita como ejemplo los cupos especiales para mujeres que ha implementado la Universidad de Chile para distintas carreras: “Hay que generar las condiciones para que eso ocurra, porque se llega a un punto de discriminación que es tal que no podemos dejar que las cosas se acomoden solas. Y ahí está el rol de la política pública”.

Editorial publicada en agosto de 2020 en el aniversario 25 del programa Explora. Para ver la revista completa accede a este link. Imagen destacada del taller de robótica Colegio Los Conquistadores, PAR Explora O’Higgins.

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