Con el fin de limitar el calentamiento global a 1.5 grados Celsius— un límite propuesto por el Grupo Intergumentamental de Expertos sobre el Cambio Climático — la carbono neutralidad para mediados de este siglo es esencial. Este objetivo también fue ratificado en el Acuerdo de París, firmado por 195 países (entre ellos Chile), que busca la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero tan pronto como sea posible.
¿Pero qué es la carbono neutralidad? En teoría la respuesta es simple: la suma de todas las emisiones de gases de efecto invernadero que genera cierta entidad (una persona, una casa, una empresa o un país, por ejemplo), restadas de las que esa entidad retira de la atmósfera, deben dar como resultado cero.
“Supongamos que en una oficina hay calefacción de gas natural, lo que produce gases de invernadero, pero ese mismo establecimiento cuenta con un gran jardín que pueda capturar los gases liberados – estaría compensando la contaminación que causó”, comenta Andrés Pica, director del Centro de Cambio Global de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
“Si una organización logra la carbono neutralidad significa que sus aportes netos de contaminación no están generando un efecto de cambio climático. Eso nos permite mantener nuestra forma de vida actual, en tanto a nuestra relación con la naturaleza y con la sociedad misma”, agrega Pica.
Un aspecto importante a entender es que esta neutralidad no significa el cese de emisiones de gases de efecto invernadero: las sociedades de hoy en día dependen fuertemente de muchas industrias diferentes, y todas contribuyen de alguna manera al calentamiento global. Por ejemplo, algo tan etéreo, pero vital como internet también emite CO2: cerca de media tonelada de emisiones son generadas cada segundo. Cálculos estiman que ya desde hace años internet aporta un 2% del total de emisiones de dióxido de carbono del planeta, según datos de la consultora McKensey, quien además advertía que este número podría subir en uno o dos puntos porcentuales
“Lo que importa acá es que exista un balance neutro, es decir que lo que se mide en tanto a términos del concepto es qué tan posible es absorber la cantidad de contaminantes emitidos por una actividad”, señala Marcela Jaime, economista ambiental del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad de la Universidad de Concepción (CAPES).
¿Cómo se reduce?
Para aportar a la lucha contra el cambio climático, hay que entender primero de dónde vienen los gases de efecto invernadero. Durante el 2018 los países que generaron más emisiones de dióxido de carbono —el gas más común de todos— fueron China (con 10.065 megatoneladas), Estados Unidos (con 5.416) y la India (2.654), según cifras de Globar Carbon Atlas. En comparativa Latinoamérica se encuentra muy por detrás, con solo 1.675 megatoneladas, de las cuales México aporta con 477 megatoneladas, Brasil con 457 y Argentina con 196. Nuestro país se encuentra sexto en este listado regional, con 80 megatoneladas anuales.
Las principales fuentes de dióxido de carbono son humanas: la quema de combustibles fósiles (como carbón, petróleo o gas) y la progresiva deforestación son las principales causas de su aumento. Mismo caso que el metano, gas menos presente en la atmósfera pero mucho más potente que el CO2, ya que podría calentar el planeta 23 veces más que el primer gas. Su emisión viene principalmente de los vertederos, además de la industria ganadera (de bovinos, pollos y cerdos).
“Abandonar el uso y emisión de estos gases implicaría una reducción de la energía consumida, de las emisiones que generan todas las actividades de producción, y también un aumento en la eficiencia energética e innovaciones tecnológicas”, comparte Marcela Jaime.
Para reducir el daño hecho por estas emisiones se debe invertir en nuevas tecnologías limpias, pero también en formas de contener las que inevitablemente se generan. “Una por ejemplo es la inversión en proyectos forestales; puedo emitir contaminantes en un lugar mientras pago para asegurar la existencia de un reservorio donde existan plantaciones de bosques nativos que no puedan ser cortados, y en donde no se pueda ejercer ninguna actividad contaminante”, comenta Marcela
Todos podemos aportar, todos debemos aportar
A pesar de que la mayor parte de estos contaminantes son emitidos por sectores industriales, todos tenemos una huella de carbono: la cantidad de gases de efecto invernadero que emite cada persona durante un año. En nuestro país, el número de emisiones per cápita de CO2 alcanzaron las 5,01 toneladas el 2018.
Nuestra huella de carbono individual aumenta con actividades tan cotidianas como mantener abiertas las llaves de agua más de lo necesario, prender luces en la casa, no desconectar dispositivos eléctricos que no se estén ocupando o incluso comunicarnos digitalmente a través de correos o mensajes de WhatsApp.
Esta huella puede bajar si mantenemos actitudes más sustentables en el día a día: relacionándonos de manera más consciente con el medioambiente podemos tomar acciones en nuestra vida social. Por ejemplo, una de las acciones más simples a tomar es reciclar: si no se puede reutilizar un envase, siempre se puede dejar en los contenedores correspondientes. Evitar comprar agua embotellada también ayuda a reducir nuestra huella de carbono, ya que dejamos de depender de envases plásticos que significan una carga de producción innecesaria. Y si es posible, comprar a granel también es un gran aporte.
De las medidas menos populares, pero también de alto impacto es la reducción del consumo de carne, debido a las emisiones y residuos que genera la industria ganadera.
“En términos sociales es importante que todos avancemos en esta dirección, ya que los daños que generará el cambio climático serán mucho más costosos de lo que son las medidas que nos permitirían evitarlo. Por lo que tenemos que adoptar medidas de carbono neutralidad lo antes posible”, sugiere Andrés Pica.
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