En cierto sentido, uno podría decir que la exposición artístico-científica Simbiosis Meditativa, que estará en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) durante todo octubre, es una simulación de la vida moderna: un organismo vivo y un sistema electrónico que dependen el uno del otro para subsistir. Si se cortara esa interdependencia, uno moriría rápidamente y el otro se volvería una chatarra sin sentido. El organismo vivo es un conjunto de hierbas de la especie Soleirolia soleirolii, que recibe luz directamente del sistema electrónico para poder realizar la fotosíntesis, el proceso biológico por el cual se alimenta. A su vez, el sistema electrónico recibe la información que le da la planta, como el nivel de dióxido de carbono, la temperatura y humedad. Un proceso que justifica su existencia.
La exhibición incluye cuatro contenedores con plantas adentro, rodeados de una serie de sensores dispuestos geométricamente. Organismos confinados en espacios pequeños, constantemente analizados; este mundo fascinante y evocador de la vida contemporánea fue creado en conjunto por el artista visual Jean-Danton Laffert, la filósofa Karin Astudillo, y el biólogo Camilo Gouet, y actualmente es una de las dos exhibiciones principales que ocupan el Espacio de Alta Tensión del MAC.
La unión entre arte y ciencia como método para explorar el mundo siempre ha sido de interés para Jean-Danton Laffert, quien comenzó el proyecto como parte de su tesis de magíster en Artes Mediales en la Universidad de Chile, en 2013.
—Tengo una búsqueda personal en torno a los procesos científicos y a la ciencia que se acerca a la naturaleza —explica Laffert—. Me interesa combinar estos dos ámbitos para sacar esa mirada tan antropocéntrica que hay de todo. Yo quería entrar en profundidad en el lenguaje de la naturaleza, jugar con ella.
Por eso, mediante un equilibrio científico y estético, Simbiosis Meditativa nos hace reflexionar sobre nosotros mismos, el mundo que hemos producido y la vida que nos rodea, poniendo el foco en tensiones no siempre evidentes a simple vista.
—Desde la filosofía queremos observar esta dinámica: ¿qué pasa con lo vivo? —dice Karin Astudillo—. Todos sabemos lo que es la vida, pero no sabemos traducirla en palabras. El bio-arte levanta esta pregunta: ¿qué pasa con la vida de esta planta? La obra nos propone opciones y respuestas, pero hay que salir a buscarlas.
Alejandra Pérez creció escuchando sobre el continente de hielo, como una ausencia presente. En Magallanes, donde nació, la Antártica no parece una tierra tan lejana ni tan extraña. No mucho más, al menos, que todo el resto del mundo.
—Está en nuestro imaginario cuando crecemos —cuenta la artista visual—. Hay un antropólogo de Magallanes que dice que nosotros operamos en un eje distinto, y el norte de ese eje es la Antártica. Es una presencia constante en mi historia de vida.
Por eso, Pérez, que además de artista es psicóloga de la Pontifica Universidad Católica de Chile, quiso retratar ese sentimiento de posesión temprana en su obra Hackeando Antártica, una invitación a que el espectador se apropie de un lugar desconocido y casi inexplorado por el ser humano. La exhibición funciona como un viaje constante a través de las sensaciones, en una sala donde ocurren cosas: hay ruidos que imitan los sonidos de la Antártica e imágenes que nos transportan a los confines del fin del mundo. Por momentos agobiante, el propósito de la muestra es ése: explorar, a través del arte, los hielos más australes del mundo.
—Todo parte de una pregunta: ¿es posible representar a la Antártica? Y me refiero a algo que va más allá de la forma tradicional en que se representa, como un mundo lejano e inaccesible, imposible de conocer debido a sus condiciones geofísicas. Filósofos como Kant dicen que no es posible para el hombre entender realmente la naturaleza, y eso es lo que yo cuestiono —explica la artista, cuyo trabajo es parte de su tesis doctoral en la Universidad de Westminster de Londres
La respuesta a la que cree llegar Pérez es que sí: que nos podemos transportar a un lugar en el que nunca hemos estado antes, pero sólo a través del arte, de la experiencia estética. Y eso quiere mostrarnos en Hackeando Antártica, que estará en exhibición en el MAC durante todo octubre. La obra incluye documentación histórica sobre asentamientos minerales, paisajes sonoros, bordados, dibujos, fotografías, muestras de rocas y videos. Todos los materiales están expuestos sin un orden determinado para que el espectador, en un acto de indagación —en un viaje siempre personal— construya activamente un significado.
De esa búsqueda no guiada nace el nombre de la obra: el hackeo como forma de acceder al conocimiento. Una pesquisa, asegura la artista, que recién comienza:
—Lo que más me provoca curiosidad es que lo que conocemos de la Antártica es lo mínimo. Me interesa y me atrae la enorme magnitud de lo no conocido. Lo hace más interesante para seguir ahondando en el estudio de la región polar.
Texto: Natalia Correa