Al principio, muchos le cerraron la puerta al proyecto. Literalmente. Sus primeros trabajos en terreno coincidieron con la elección presidencial de 2017 y, por eso, fueron muchas las personas de tercera edad que los confundieron con voluntarios de partidos políticos y no los dejaron pasar a sus casas. Varios se los dijeron: que estaban buscando votos y no mejorar la salud de nadie. Una mirada que, con el paso del tiempo y una app de por medio, cambiaría completamente.
—Los adultos mayores muchas veces tienen temor a abrir las puertas de sus casas. Por eso, en una primera instancia nos costó mucho explicarles que éramos un equipo de la Universidad de Concepción y que veníamos a ofrecerles participar en un proyecto de investigación. Que veníamos a entregarles un smartphone… —dice Jacqueline Sepúlveda, de 55 años, directora de la Academia de Innovación y académica del Departamento de Farmacología de esa casa de estudios.
La idea comenzó a rondarle en 2016, mientras analizaba distintas posibilidades de innovación con impacto social, junto a sus colaboradores. Analizaron posibilidades relacionadas con la migración o el cambio climático, pero finalmente pusieron sus ojos en uno de los mayores problemas que enfrentará Chile durante este siglo: el envejecimiento acelerado de su población. Según el último informe de Naciones Unidas, dentro de 20 años Chile tendrá 33 habitantes mayores de 65 años por cada cien personas en edad laboralmente activa. Un porcentaje mayor al que actualmente tiene Europa, la región más envejecida del mundo, y que nos pondría en el primer lugar a nivel continental, por sobre Uruguay. Un fenómeno que, entre otras cosas, significará un enorme desafío en salud pública.
El problema, notaron Sepúlveda y su equipo, tendría un gran impacto a nivel local, ya que el Bíobío es la segunda región en todo el país con mayor cantidad de ancianos, después de la Metropolitana.
—Los actuales sistemas de salud podrían colapsar, trayendo una serie de complicaciones que van desde la capacidad, las horas de atención y el número de geriatras, hasta la cantidad de medicamentos necesarios para tratarlos —dice—. Como especialistas, debemos estar preparados.
El primer paso, cuenta la investigadora, fue identificar cuáles son las enfermedades que tienen mayor incidencia entre los adultos mayores chilenos, y notaron que el listado era liderado por una enfermedad tan silenciosa como severa con el cuerpo: la hipertensión arterial, que provoca un aumento de la presión sanguínea sobre las arterias. Una amenaza que no tiene síntomas y que muchas veces pasa totalmente inadvertida, pudiendo generar daños oculares, renales, infartos al corazón o accidentes cerebrovasculares. Según la última Encuesta Nacional de Salud (ENS), cerca del 75% de los ancianos sufre sus efectos, y ése no es el único problema.
—Una de las principales complicaciones de la hipertensión arterial en adultos mayores es que no se toman sus medicamentos —dice la farmacóloga—. Es una falta de adherencia con múltiples causas, una de las principales es que, pese a tener el diagnóstico, creen que no lo necesitan porque se sienten bien. Cerca del 50% de los casos son así, por lo era una oportunidad de investigación.
Para vencer a este enemigo silencioso, es indispensable una buena alimentación, bastante actividad física y seguir un tratamiento médico adecuado. El problema, dice Sepúlveda, es que por tratarse de una enfermedad que afecta mayormente a la tercera edad, muchos de los enfermos se mueven poco, no tienen dinero para seguir una dieta estricta, o se olvidan de tomar sus remedios. Este último punto, sobre todo, fue el que los hizo pensar en que todo sería distinto con una app.
Por eso, decidió convocar a un equipo multidisciplinario compuesto por farmacéuticos, médicos, trabajadores sociales, periodistas, ingenieros y economistas de la Universidad de Concepción, para desarrollar una aplicación de smartphone que les permita a los ancianos con hipertensión llevar sus tratamientos de forma ordenada. La app, que actualmente está en desarrollo luego de adjudicarse un proyecto CONICYT, a través del Fondo de Fomento al Desarrollo Científico y Tecnológico, tendrá entre sus funciones alertar a sus usuarios de los horarios en que deben recibir su tratamiento, activando una alarma que no dejará de sonar hasta que el usuario escriba, en la misma interfaz, que ya tomó su medicamento.
La primera prueba la realizaron este año con 300 pacientes de tercera edad del Centro de Salud Familiar de la localidad de Hualpén. Un tercio de ellos recibió un smartphone con la aplicación cargada, otros tantos sólo vieron videos informativos sobre la importancia de cuidarse de la hipertensión, y un tercer grupo siguió con el tratamiento que ya traían, sin ninguna adición especial. La meta era observar cuánto incidía la app en las conductas de los pacientes, a largo plazo.
—El estudio clínico duró un año, donde se midió a los tres, seis y doce meses —cuenta la farmacóloga—. Partimos comparándonos con las cifras de los análisis internacionales, que hablan de un 45% de adherencia. Con nuestra aplicación llegamos a establecer más de un 60% de continuidad al tratamiento, lo que se dio sólo en el grupo de intervención y no en los otros.
La investigadora valora los resultados y dice que, más allá de la desconfianza inicial, hubo otras barreras importantes que superar. Era lógico: a muchos pacientes, que jamás habían tenido un smartphone en sus manos, les costó aprender a utilizar sus equipos. Por eso, tuvieron que hacer talleres para ayudarlos en el proceso. La próxima etapa del proyecto consistirá en trabajar para que la app —que actualmente sólo funciona con celulares Android— sea compatible con todo tipo de sistemas operativos, además de tablets y computadores. La idea es llegar a una versión que pueda utilizarse en todos los centros médicos del país, de forma gratuita, y que a larga se convierta en una herramienta común dentro del tratamiento contra la hipertensión arterial.
—Queremos que esta app esté en las fichas clínicas y que se instale en los centros de salud, para lograr mayor difusión y transferencia entre los pacientes —dice Sepúlveda—. Nuestro contexto tecnológico no suele incluir a los adultos mayores, por lo que hicimos un doble trabajo sin darnos cuenta: incluirlos y ayudarlos. Creemos que puede tener un impacto social muy potente.
Texto: Marcelo Salazar