Su cielo, que de noche suele ser tan oscuro como transparente, lo convierte en una de las mejores ventanas al universo. Por eso, el Observatorio Interamericano del Cerro Tololo, ubicado en el Valle de Elqui, es uno de los puntos astronómicos más importantes del planeta. A 2.200 metros de altura, sus cinco telescopios principales —el más grande, de cuatro metros de diámetro— intentan descifrar los secretos del cosmos. Sin embargo, están bajo un peligro creciente: la contaminación lumínica. Ciudades como La Serena y Coquimbo, a menos de cien kilómetros, generan una franja de luz en el horizonte que podría empeorar la calidad de sus observaciones.
Esta contaminación es producida por la acumulación de luz innecesaria o inadecuada que genera el alumbrado público, deportivo y publicitario, y algunas actividades productivas como la minería. Ese tipo de luces —focos que brillan demasiado, en tonos azules o que apuntan hacia el cielo—, generan un resplandor nocturno que dificulta la visibilidad del cielo, y no amenazan sólo al observatorio del Cerro Tololo: también al Gemini, en el Cerro Pachón de Coquimbo; de forma aún marginal a La Silla, ubicado al sur del desierto de Atacama; y, unos kilómetros más al norte, a Las Campanas.
El problema es que justamente en esas zonas, en las regiones de Antofagasta, Atacama y Coquimbo, se proyecta que para 2025 se concentrará cerca del 70% de la infraestructura astronómica mundial. Por eso, mantener la calidad de los cielos, nuestro gran patrimonio, se ha vuelto urgente. “Estamos en una situación compleja en términos de deterioro de la calidad del cielo nocturno”, dice Pedro Sanhueza, director de la Oficina de Protección de la Calidad del Cielo del Norte de Chile (OPCC), formada por los observatorios del norte del país. “Lo hizo notar la Unión Astronómica Internacional en una reunión en agosto del año pasado, donde se discutió que el cielo del Cerro Tololo había perdido la condición de prístino, y que los otros observatorios, salvo Paranal, tenían cierto nivel de amenaza”.
Una de las obras que deterioró especialmente los cielos de los observatorios La Silla y Las Campanas, cuenta Sanhueza, fue la inauguración en 2016 de la Ruta del Algarrobo, que une La Serena con Vallenar, y que sumó 4.500 luminarias a lo largo de 180 kilómetros. A raíz de eso, este martes 2 de julio, el día en que se producirá un eclipse total de Sol en el norte del país, los directores de los observatorios y el Ministerio de Obras Públicas anunciarán que serán remplazadas por focos direccionados hacia abajo y de tono ámbar, menos perjudiciales para observar el cielo. Para seguir avanzando, cree Sanhueza, también será necesario fiscalizar los niveles de luz permitidos para alumbrar en las ciudades. “En todos los municipios en que hemos hecho mediciones, los niveles están excedidos, como si las ciudades fueran más grandes de lo que son, por culpa del efecto que provoca la sobreiluminación”, dice.
Para las áreas con actividad astronómica, el Congreso acaba de aprobar, de forma unánime, una nueva ley que exigirá a las empresas que quieran construir en áreas cercanas a un observatorio, la realización de un estudio de impacto ambiental. Las áreas protegidas serán definidas con asesoría del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, que también está participando en la revisión de la Norma de Emisión para la Regulación de la Contaminación Lumínica (de 2012), junto con los ministerios de Medio Ambiente, Energía y Obras Públicas, además de la OPCC, la Sociedad Chilena de Astronomía, la Fundación Energía Comunitaria y CONICYT. La meta final es mejorar la protección de los cielos nortinos, pero sin empeorar la iluminación de las ciudades; es decir, generar luminarias que apunten hacia abajo y con luces cálidas, que son las menos contaminantes.
El plan, a futuro, es que estas medidas se puedan ampliar a todo el territorio chileno. “Tenemos la oportunidad de hacer una norma robusta a nivel nacional”, dice Luis Chavarría, director del Programa de Astronomía de CONICYT. “La idea es que no sólo se reduzca al área astronómica, sino que considere a la contaminación lumínica como un problema para la salud de las personas y de la fauna”.
Es algo que ya ha sido comprobado por diversos estudios: la sobreiluminación nocturna no solo perjudica a quienes miran el cielo, sino que la exposición a la luz durante la noche —sobre todo, a la luz azul— inhibe la producción de melatonina, la hormona del sueño y, por lo tanto, puede generar alteraciones en el descanso y aumentar el riesgo de contraer enfermedades a largo plazo, como cáncer. También es nociva para la fauna nativa, ya que muchas especies nacionales son nocturnas. Otros animales amenazados son las aves migratorias: por ejemplo, cada temporada llegan a reproducirse a Chile miles de golondrinas de mar negra, pero cuando salen de sus nidos se desorientan por los focos y se desploman contra el suelo.
El coordinador de la Mesa de Contaminación Lumínica del Ministerio de Medio Ambiente, Felipe Loaiza, asegura que la nueva norma también buscará cuidar la biodiversidad. “Queremos controlar la contaminación lumínica en aquellas áreas silvestres protegidas por el Estado y trabajaremos en mejorar la prevención, que siempre va a ser mejor que solucionar el problema con la luminaria ya instalada”. Para eso, asegura, es muy importante concientizar a los chilenos sobre los efectos perjudiciales que tiene este tipo de contaminación, que suele pasar desapercibida, a pesar de que nuestro país es el segundo que más la padece a nivel regional, según el último Atlas Mundial de Contaminación Lumínica.
El esfuerzo, reconocen quienes están tratando de paliarla, debe ser nacional, atacar a sus distintas causas y debe estar enfocado tanto en la reparación como en la prevención. Sólo así se podrá devolver la oscuridad a nuestras noches, únicas para mirar el universo.
Texto: Rafaela Lahore