Pensó que era imposible. Hace cuatro años, cuando la doctora en Literatura de la Universidad de Chile, Verónica Ramírez, hizo una revisión de la prensa entre 1870 y 1880 —su área de investigación es la relación entre literatura y ciencia, especialmente en el siglo XIX—, jamás se imaginó que encontraría centenares de artículos, columnas y reportajes sobre ciencia escritos por mujeres. Esa búsqueda se transformó en el libro Antología crítica de mujeres en la prensa chilena del siglo XIX, que hizo en conjunto con los investigadores Carla Ulloa y Manuel Romo y publicó en 2017. En total, revisaron más de 65 diarios, perdidos en archivos avejentados. En esas páginas, había un nombre que solía repetirse: el periódico La Mujer.
Era un diario pequeño, que no duró más de 25 ediciones entre mayo y noviembre de 1877, pero fue el primero del país escrito sólo por redactoras y, de cierta forma, creen las investigadoras, el primer espacio público en el que irrumpió con fuerza la voz de las mujeres chilenas. Pero sus páginas estaban perdidas y sólo sabían de su existencia por menciones en otros diarios de la época.
Decidieron, entonces, rastrear a su única directora: la aristócrata Lucrecia Undurraga, intelectual y directora de un colegio femenino, cuya motivación para fundar La Mujer fue darle un espacio de influencia a sus exalumnas. Por eso, todos los textos eran escritos por mujeres que, aunque no habían podido ingresar a universidades —recién se les permitió hacerlo en febrero de 1877, unos meses antes de la aparición del diario—, habían ido a buenos colegios y continuado sus estudios de forma autodidacta. Así, publicaron textos sobre disciplinas científicas como la astronomía, y también de actualidad política o poesía.
Luego de encontrar a los descendientes de Lucrecia Undurraga, Verónica Ramírez y Carla Ulloa pudieron acceder a todos los ejemplares del pionero diario feminista, que fotografiaron, transcribieron, comentaron y finalmente transformaron en un libro homónimo: La Mujer, editado por Cuarto Propio y la Universidad Adolfo Ibáñez, que fue presentado el 19 marzo en una ceremonia que encabezaron la directora de la revista Sábado, Paula Escobar, y la decana de Comunicaciones de la Universidad Diego Portales, Cecilia García-Huidobro.
La investigadora Verónica Ramírez lleva una década realizando estudios sobre literatura y divulgación científica escrita por voces femeninas. Actualmente, está a cargo de un proyecto Fondecyt que estudia cómo la astronomía fue ingresando en la discusión pública entre 1880 y 1930. Pero la elaboración del libro La Mujer fue un trabajo paralelo, realizado más por convicción que por motivación académica. Y lo hicieron, dice, por la necesidad de mostrar que en el siglo XIX existieron cientos de artículos escritos por mujeres, valiosos y olvidados.
—Mucha gente cree que no existe nada, pero están equivocados: existen, pero están perdidos. No hay archivos sobre qué escribieron o qué partieron escribiendo las mujeres en Chile —dice la investigadora, de 36 años—. Era otro contexto, pero la profundidad de lo que están reclamando estas mujeres en La Mujer se liga y dialoga con asuntos de la actualidad. Eso es lo interesante. Son las iniciadoras, las primeras en exigir tener voz.
—¿Se enfrentaban a la censura social de la época?
—Sí, y se dieron cuenta de que necesitan recibir educación, porque las diferencias eran excesivas y estaban perjudicando a la sociedad. Por eso, lo primero que exigieron fue acceso a la universidad. Quien lideró La Mujer, Lucrecia Undurraga, es la directora de un colegio de niñas privado, que se da cuenta de que sus alumnas tienen las aptitudes, condiciones, intereses y curiosidad para formarse en todo tipo de carreras, sobre todo científicas.
—Tú investigas la escritura de las mujeres, especialmente en el ámbito de la ciencia. ¿Ha sido ése un terreno históricamente dispar?
—Desde mi perspectiva histórica, puedo asegurar que prensa, ciencia, mujer y educación siempre han estado ligados. La mujer irrumpe en el espacio público porque tiene una curiosidad científica. El lugar donde tú aprendías ciencia en esa época era en la universidad, por eso ellas buscan mejorar los currículums de sus estudios, porque mientras los hombres aprendían cosmografía o astronomía, ellas tenían clases de bordado. Pero no sólo querían tener mayores derechos o dinero: querían entrar en un campo vetado como la ciencia, porque también se sentían capaces de generar conocimiento, de ser valoradas.
—¿Cuánto ha cambiado eso con el tiempo? Actualmente, el 30% de las investigaciones científicas son hechas por mujeres.
—Todo eso esta ligado. En 1877, cuando las mujeres entran a la universidad en Chile, lo hacen para estudiar Medicina, pero principalmente para ser ginecólogas, pediatras. Entonces el sesgo se suele mantener. Sus publicaciones, de hecho, son de primera infancia, de cuidado postparto, y siguen siendo ignoradas. Recién comenzaron a ser escuchadas de verdad durante el siglo XX, cuando aparecieron las primeras doctoras en ciencias duras, que tuvieron que salir de Chile para doctorarse. Las escuchaban un poco más, pero seguían siendo vistas como actores secundarios.
—¿Esa fue la generación de científicas que abrió el camino?
—Durante el siglo XIX, estas mujeres usaron una estrategia para entrar en el campo científico: tenían que demostrar que sabían, antes de que les enseñaran. La mayoría de las hijas de estas intelectuales siguieron a sus mamás: muchas las ayudaban a traducir sus textos de astronomía o de medicina, para que los publicaran en revistas. Las mujeres pioneras no fueron científicas formadas, pero fueron intelectuales que tuvieron la visión de que sus hijas sí debían entrar en ese campo, y les transmitieron que la mujer se tiene que educar para ser libre. Eso repercutió directamente en la generación que venía después.
—¿Por qué la ciencia? ¿Qué significaba, socialmente, entrar a ese mundo?
—Lo que ellas querían eran derechos sociales, y educarse les entregaba la posibilidad de ser un aporte a la sociedad. En esa época se decía mucho que las niñas solían ser superfluas, que sólo les importaba despilfarrar. La ciencia les ofrecía la posibilidad de concentrarse en cosas que importaban realmente para el país. Ellas querían ser un aporte, salir del ámbito doméstico y entrar al espacio público. Entonces partieron con la ciencia, con la educación y después llegó el voto. Esa fue la línea para llegar al derecho político, a ser ciudadanas.
Texto: Carolina Sánchez