Cuando la hija del bioquímico Gabriel León tenía ocho años, lo llamó desde la tina, donde se estaba dando un baño de espuma, y le preguntó:
—¿Por qué se arrugan los dedos cuando estamos bajo el agua?
Descolocado, él improvisó una respuesta que no la convenció y después le prometió que iba a averiguar el porqué. Al otro día, en vez de trabajar en una entrega urgente, pasó la mañana en la oficina leyendo decenas de papers sobre el tema. Su hija no era la única que se había hecho esa pregunta: científicos de todo el mundo habían intentado responderla durante años. Más tarde, cuando Gabriel León le contó lo que había leído, su hija lo escuchó atenta y antes de irse le hizo un encargo: escribir un libro que contara las cosas raras que pasan en el cuerpo.
Tres años después, acaba de publicar ¿Qué son los mocos? Y otras preguntas raras que hago a veces (Editorial B de Block), un divertido volumen de divulgación científica para niños, que incluye no solo las dudas de su hija, sino también de cientos de otros niños, que lo pusieron en aprietos con sus preguntas inesperadas durante las charlas que ha dado en todo el país. El texto está narrado por Pachi, una niña ficticia de ocho años, y cuenta con ilustraciones de Paula Balbontín. Es el tercer libro de divulgación de León, luego de los multiventas La ciencia pop y La ciencia pop 2.
—¿Qué reacción han tenido los niños lectores con tu propuesta?
—Hay dos cosas que me han llamado mucho la atención: por un lado, que los niños valoran que un libro sea para ellos, lo agradecen mucho, porque son sus preguntas en su lenguaje. Ven que dice “mocos” en la portada y se matan de la risa. Por otro lado, me parece que es la familia completa la que luego disfruta del libro y eso me gusta muchísimo. Permite conectar de nuevo a los papás con los hijos, saltándose el teléfono celular, y promoviendo que haya un momento en la noche o en la mañana, en pijama ojalá, para leer una historia de ciencia.
—¿Por qué decidiste que la protagonista sea una niña?
—Hay estudios que muestran que las niñas, desde los cinco años, creen que los niños son más inteligentes. Hay un sesgo gigante con las vocaciones científicas en mujeres y hay áreas, como la física, en donde están muy mal representadas. Hace poco salió un artículo que analizaba los estereotipos de científicos en Hollywood y en general son hombres, blancos y viejos. Casi nunca hay mujeres o minorías como afroamericanos o latinos. Por eso fue muy oportuno que el libro fuera inspirado por mi hija, porque uno tiene la oportunidad de decir: acá tienen el modelo de una niña muy curiosa, que además le gusta mucho la ciencia y hace preguntas muy buenas.
—¿Crees que la ciencia es algo cercano para los niños chilenos?
—En general, los niños de enseñanza básica están extremadamente conectados con ese tipo de preguntas sobre su experiencia. Están descubriendo el mundo, se están maravillando todavía. Diría que en esa época es donde más libres están. Preguntan absolutamente todo y no les importa lo que uno piense de su pregunta. Sienten un genuino interés por saber más.
—¿Luego pierden esa curiosidad?
—Tengo la sensación de que cuando uno termina el colegio ya no le gustan tanto las preguntas, sino las respuestas. Probablemente, después de once años de colegio, esa curiosidad infantil termina siendo encasillada como inútil o molesta, y lo único que genera son adultos que le tienen miedo a las preguntas, tanto que no se atreven a hacerlas en voz alta.
—El padre de la divulgación científica, Carl Sagan, decía que toda pregunta es un deseo por conocer el mundo y que, en ese sentido, no existen preguntas estúpidas.
—Exactamente. Cuando me ha tocado dar charlas para adultos, siempre hay alguno que espera a que todo el mundo se vaya para hacerme su pregunta en voz baja, muerto de vergüenza, porque siente que su pregunta es tonta. Esta es una sociedad bien curiosa, porque aparentemente castiga al que no sabe. Me llama la atención eso, porque la mayor parte del tiempo los científicos no tenemos idea de lo que estamos hablando. Estamos tratando de averiguar algo sobre el mundo. No es que sepamos mucho, y para mucha gente tener preguntas es casi vergonzoso.
—¿Por qué los adultos olvidamos hacernos preguntas como las de tu libro?
—Para muchos de nosotros, y me incluyo, esas preguntas fueron interesantes, pero quedaron sin respuesta y ya no nos damos el tiempo de contestarlas. Satisfacer la curiosidad casi nunca es una prioridad. Estamos preocupados de organizar una casa, de llegar a fin de mes, y no nos damos permiso para pensar en temas así, que incluso han ameritado investigación científica. Por eso, es muy lindo poder volver a nuestras preguntas infantiles y confirmar que eran interesantes.
Texto: Rafaela Lahore