Observar los astros y conocer sus velocidades. Esa era la misión que tenía la expedición del Observatorio Lick, de la Universidad de California, cuando visitó Chile en 1903. El objetivo era registrar el espectro de la luz de las estrellas en el hemisferio sur —algo así como sus huellas dactilares— y determinar cómo se mueven en el cielo. De esa forma, podrían comprender, a un nivel de detalle entonces ignorado, la dinámica estelar de nuestra galaxia.
La elección de nuestro país no fue por azar. En el observatorio ubicado en California llevaban 15 años estudiando el cielo, pero sabían que sus estudios siempre serían limitados si no lo observaban también desde la otra mitad del planeta. Por eso, hace 115 años, construyeron un gemelo del Observatorio Lick en nuestro país, con telescopios de similar apertura y diámetro a los que ya tenían en Estados Unidos, pero construidos con diferente tecnología: mientras el original era un modelo que funcionaba en base a lentes, el segundo sería de espejos.
Entonces era conocido simplemente como “Observatorio Lick del Sur” y fue instalado en la cima del cerro San Cristóbal, en el corazón de Santiago. Sólo así, abarcando la mayor cantidad de cielo posible y observando las estrellas que no podían analizar desde Estados Unidos, serían capaces de ver con mayor claridad el cosmos.
Leonardo Vanzi, astrónomo italiano y miembro del Instituto de Astrofísica de la Universidad Católica, lo explica así:
—El observatorio nació como una necesidad de la época: para poder medir el Sistema Solar dentro del Universo tenían que medir las velocidades de las estrellas, pero esa medición debía ser en todas sus direcciones, complementando con lo que ya sabían del hemisferio norte —cuenta el científico—. Por eso, crean un telescopio “equivalente” al del Observatorio Lick, aunque construido con distintas tecnologías, y que podía ser transportable.
Los astrónomos norteamericanos establecieron un plazo claro: durante tres años se dedicarían a observar nuestro cielo y el movimiento de sus estrellas. Sin embargo, la información que lograron —de gran precisión, ya que entonces era uno de los nueve telescopios más grandes del mundo, y el único instalado en el Sur del planeta— mantuvo a la expedición hasta 1928; en total, un cuarto de siglo mirando las huellas de las estrellas. Luego lo adquirió el abogado y exministro chileno Manuel Foster —de ahí su nombre actual— y lo donó a la Universidad Católica, donde había sido docente. Esa, dice el científico italiano, fue la primera semilla de la investigación astronómica en la universidad y en todo nuestro país. Años después nacería el Departamento de Astronomía y el Centro de Astro-Ingeniería UC, del cual es parte.
Pese a su importancia, durante décadas el Observatorio Foster se dedicó a mirar nuestra galaxia y sus fenómenos desde la cima del cerro San Cristóbal, sin que se supiera mucho de él en el resto del país. Por esos años, recuerda Vanzi, su relación con la gente fuera de la academia era casi inexistente. Tuvo, sin embargo, dos momentos clave, que marcaron un hito en la apertura de nuestra ciencia a la comunidad: en 1986 abrió sus puertas para quienes quisieran observar el histórico paso del cometa Halley y, un año después, volvió a abrirse para la explosión de la supernova 1987A, la más cercana a la Tierra en tres siglos. Ambos momentos marcaron un hito fundacional en la difusión de la astronomía chilena.
Si bien a partir de la década de los 90 el observatorio dejó de funcionar como instrumento puramente científico —la contaminación lumínica de Santiago fue fatal para su utilidad, mientras surgían telescopios más modernos—, actualmente es utilizado principalmente para la difusión y docencia. En 2010, de hecho, fue declarado Monumento Histórico. Por eso, cada año puede ser visitado en el Día del Patrimonio: allí, el público puede conocer las estrellas a través de sus telescopios, sus equipos —casi todos originales de 1903— y su historia.
—El Observatorio Foster dejó de ser competitivo para observaciones de alto nivel, por su ubicación y su tecnología —dice el astrónomo Leonardo Vanzi—. Pero tomó otro camino: hoy su uso natural es ser un lugar de difusión, de enseñanza de la astronomía y de la ciencia.
Texto: Carolina Sánchez