Es un jueves por la tarde cuando el ingeniero eléctrico Marcos Díaz abre la puerta del Laboratorio de Exploración Espacial y Planetaria, en el campus Beauchef de la Universidad de Chile. En él, bajo las luces blancas de los fluorescentes, descansa Suchai II. El nanosatélite parece más bien el esqueleto de un robot, con una cabeza de diez centímetros llena de circuitos y un cuerpo tres veces más largo. Está inmóvil sobre una mesa, protegido con una cubierta plástica y rodeado por las herramientas que lo construyen: pinzas, tijeras, un destornillador. Junto a Suchai III —que fabricarán más adelante—, es la gran apuesta espacial del equipo que ya construyó Suchai I, el primer nanosatélite chileno, lanzado el año pasado.
—A Suchai II y III les queremos integrar sistemas más riesgosos, para acelerar nuestro proceso de aprendizaje. La idea es esa: aprender más y más rápido —dice el investigador, de 44 años.
El pionero Suchai I, un sofisticado aparato del tamaño de un cubo rubik, fue el primer éxito del Programa Espacial de la
Universidad de Chile. Costó 300.000 dólares, incluida la construcción del laboratorio donde fue ensamblado, y fue desarrollado por un equipo que también incluyó a investigadores de la Universidad de Santiago. Su lanzamiento se produjo el 23 de junio del 2017 en la Indian Space Research Organization —en Sriharikota, India—, y hoy, casi un año y medio después, continúa en órbita: mientras gira sobre nosotros, estudia los electrones en la ionósfera y la disipación del calor en el espacio, entre otras cosas.
Sus sucesores serán casi idénticos entre sí, orbitarán la Tierra a 500 kilómetros de altura y darán la vuelta al planeta 15 veces por día. El plan de Díaz es lanzarlos al mismo tiempo, entre fines del 2019 y mediados de 2020, pero todo depende de que puedan conseguir financiamiento para costear esa etapa del proyecto. Mientras tanto, su equipo los perfeccionará para que puedan estudiar capas de la alta atmósfera, como la magnetósfera y la ionósfera, y también medir cómo reaccionan los dispositivos electrónicos en un ambiente espacial.
El equipo de ingenieros y físicos a cargo de la construcción ya logró terminar el ensamblaje de las decenas de piezas traídas desde Dinamarca y Estados Unidos, y ahora están sumidos en un desafío mayor: diseñar un nuevo sistema de comunicación, más complejo que el de Suchai I, para que los nanosatélites se comuniquen con la Tierra y entre sí. Para eso, están creando antenas desplegables que lograrán un haz de comunicación más angosto y eficiente, similar a la tecnología que usa ALMA. Además, al contar con paneles solares más grandes, Suchai II y III contarán con una mayor energía. Todos los experimentos, cuenta el ingeniero eléctrico, se realizarán en una cámara de termovacío que compró la Universidad de Chile, con apoyo de Conicyt Fondequip, para simular las condiciones del espacio.
La construcción de este tipo de vehículos, dice Díaz, es la mejor alternativa para realizar estudios espaciales desde nuestro país: son pequeños, económicos y su armado lleva pocos años. Por eso, cree, sería una gran oportunidad para Chile armar una red de nanosatélites que nos permita dar un paso adelante en la observación del espacio. De esa forma, por ejemplo, podríamos aprovechar los privilegiados cielos del Norte para ofrecer tecnología al mundo, y de paso generar infraestructura de primer nivel para nuevos proyectos en el país.
—Muchos de los servicios mundiales vienen desde el espacio y los que se planean a futuro, también —dice el ingeniero eléctrico—. Uno de los mejores lugares del mundo para bajar datos con un enlace óptico es el desierto de Atacama, y también podríamos bajar datos de satélites en órbitas polares con un enlace de microondas en Punta Arenas. Por eso, si la minería o la agricultura se acabaran, Chile podría vivir de la astronomía, porque el espacio es algo rentable.
Por ahora, sabe que lo que propone no es más que un sueño, pero los primeros pasos para cumplirlo ya se están realizando unos pisos más arriba, donde un computador monitorea en tiempo real el recorrido de Suchai I. Cuando Díaz se acerca y teclea un par de comandos, un mapa en la pantalla muestra el punto exacto donde se encuentra: sobrevolando el Océano Índico. Pero aunque aún atraviese el espacio, para él Suchai I ya es parte del pasado.
—Es como hacer un gol —dice el ingeniero—. En el momento te sientes fantástico y celebras, pero después tomas la pelota, la pones en la mitad de la cancha y sigues jugando.
El partido que debe jugar ahora se trata de perfeccionar a Suchai II, que sigue inmóvil en su laboratorio, pero que algún día atravesará el cielo a 7 kilómetros por segundo, enviando respuestas precisas a los investigadores que lo construyeron. En tanto, Chile estará dando un paso más de un camino largo, infinito: el de la conquista del espacio.
Texto: Rafaela Lahore // Ilustración: Gentileza FCFM – U. de Chile