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Lee los microcuentos científicos de "Tinta en el Matraz" 2017

escritores
  • 3 Julio, 2017

De Punta Arenas, Santiago y Antofagasta son los tres mejores microcuentos científicos de la primera versión de “Tinta en el Matraz”, organizada por la productora de comunicación científica DIVULGOCIENCIA y la agencia de diseño VISUALÓGICA. El primer lugar se lo adjudicó el cuento “Instrucciones para hacer un humano”, escrito por el biólogo José Rizo; mientras que el segundo y el tercer lugar fueron para “El amor en tiempos de sequía” y “Un crimen en 100x”, de la bióloga ambiental Diana Lillo y del biólogo Alex Echeverría, respectivamente. Así, estos autores se hacen acreedores de los premios del concurso consistentes en dinero en pesos chilenos ($300.000, $200.000 y $100.000).

“Tinta en el Matraz” tiene como objetivo incentivar a los científicos chilenos a salir de sus plataformas habituales y a comunicar su trabajo a través de la escritura creativa, utilizando un lenguaje simple y ameno. Así, el concurso busca hacer visible a la ciencia que se hace en el país y su importancia en nuestra sociedad de una manera que despierte el interés del público que no está en contacto directo con estos conocimientos. Esta iniciativa fue patrocinada por la Asociación Chilena de Periodistas y Profesionales para la Comunicación de la Ciencia (ACHIPEC) y el Instituto Antártico Chileno (INACH) y auspiciada por la Universidad de Concepción y su Facultad de Ciencias Biológicas, el Centro de Investigación en Biodiversidad y Ambientes, y la Facultad de Ciencias de la Universidad Católica de la Santísima Concepción. 

Durante la convocatoria, se recibieron más de 120 relatos que fueron enviados por alrededor de 100 participantes residiendo tanto en Chile como en el extranjero, entre los que se incluyen académicos, investigadores y estudiantes de pre y postgrado de carreras científicas. Todos ellos se motivaron a dar a conocer diversas temáticas de las ciencias naturales y del trabajo cotidiano del científico, tales como botánica, calentamiento global, inmunología, teoría de la relatividad, protección de flora y fauna nativa en peligro de extinción, crisis vocacionales y rigurosidad experimental, entre otras. Los cuentos fueron evaluados según su creatividad, estructura, redacción, uso de recursos literarios, precisión y claridad del contenido científico y generación de interés sobre este contenido en el lector, por un jurado compuesto por diferentes profesionales vinculados a la comunicación de la ciencia, la literatura y el arte.

 

Instrucciones para hacer un humano

Ingredientes:

• Átomos de hidrógeno

• Un meteorito (opcional)

• 1,5 kilos de curiosidad

• 3 litros de egocentrismo

Preparación:

1) En un recipiente del tamaño del universo, forme átomos de hidrógeno. Recomendamos empezar con un Big Bang.

2) Junte hidrógeno suficiente para conseguir un horno-estrella a 250.000 °C. Mezcle y saltee hasta obtener otros átomos. Poner énfasis en carbono, oxígeno y nitrógeno, pero no descuide a los demás.

3) Cuando tenga los átomos al dente, amáselos hasta formar una bola grande. Manténgala a distancia de su horno-estrella para dorarla lentamente. No reduzca la preparación, para mantener el líquido que se forme.

4) Deje reposar 900 millones de años, hasta que genere vida.

5) Someta su bola a ciclos de calor y frío intensos a intervalos de 50 a 100 millones de años. Si extingue a todos los organismos, vuelva al paso 3 (Sugerencia: si aparecen dinosaurios, ablande la bola aplicando presión con el meteorito).

6) Repita el proceso hasta que observe simios. Elija uno, aféitelo hasta obtener un mono desnudo. Infle su cerebro y enséñele a caminar en 2 patas. Agregue curiosidad y egocentrismo lentamente.

¡Ya tiene su humano!

ADVERTENCIA: Forme los estrictamente necesarios. Fuerte riesgo de indigestión al ecosistema.

José Rizo, Biólogo, Punta Arenas.

 

El amor en tiempos de sequía

Ella siempre lo supo, su misión en la vida era ser madre; sin embargo, hacía mucho tiempo que no veía candidatos decentes para cumplir con la abrasadora tarea. “El ambiente está demasiado seco”, decían en la población. Es por eso que cuando el monumental hombre, tan dotado y generoso, llegó fecundando a sus vecinas, ella no dudó en lucir su mejor tenida para lograr llamar su atención, ese tempestuoso color rosa aterciopelado. Al principio, él solo la observaba, a veces incluso tomaba notas. “Raro”, pensó ella, pero su instinto le decía que era lo correcto, que cosas buenas vendrían de un apasionado encuentro entre ella y el extraño observador. Cuando él se posó en frente, ella simplemente cedió y abrió suavemente sus extremidades, exhibiendo su hambriento interior. Con un pequeño pincel lleno de polen, el hombre comenzó a fertilizar a la pequeña Alstroemeria. El acto fue frío, indiferente. Ninguno buscaba amor.

Diana Lillo, Bióloga Ambiental, Santiago.

 

Un crimen en 100X

Escherichia era una respetada dama en la sociedad microbiológica. Solía asistir a eventos sociales importantes, como la inauguración del nuevo inodoro del congreso o la apertura de temporada de playas. Fue por eso que su muerte causó tanta conmoción. El principal sospechoso era el señor Shigella, con quien se rumoreaba existía una conjugación y se le buscaba incansablemente. Sin embargo, las extrañas circunstancias de su muerte no calzaban con un crimen pasional. Desde hace algún tiempo, sus cercanos habían notado cambios en su personalidad: su expresión ya no era la misma, se aislaba y trabajaba en algo misterioso.

Cuando la encontraron, su cuerpo estaba abierto y su pared lisada, parecía haber estallado. Su avanzado estado de desnutrición contradecía la imagen rebosante que tenían de ella los últimos que la vieron. Toda la microbiota estaba consternada y la policía desconcertada. El inspector Lactobacillus citó a toda la familia de Escherichia para interrogarla. Al entrar a su oficina, observó que una de las tías traía una mascota fuertemente abrazada.

– ¡Qué extraña criaturita! – Comentó el inspector – ¿Cómo se llama? 

– Me lo obsequió mi sobrina. Es un fago y su nombre es T4 – dijo la obesa tía en un tono de desprecio y con la mirada perdida.

Alex Echeverría, Biólogo, Antofagasta.

 

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