María Victoria Peralta tuvo tuberculosis pulmonar a los quince años. Era 1964, vivía en Santiago e iba en quinto año de Humanidades —hoy equivalente a tercero medio— del Cambridge College, entonces en la calle Lastarria. Era la mejor alumna de su clase y, de no haberse contagiado esa enfermedad, probablemente habría estudiado Medicina. Pero cuando el médico le dio el alta le recomendó estudiar una carrera más corta, menos desgastante física y emocionalmente, porque podía ser perjudicial para su salud. Había estado un año entero en cama por la tuberculosis. Por eso, decidió entrar a Educación Parvularia en la Universidad de Chile.
—Pensé que sería simple, pero no paré nunca de estudiar —dice Peralta.
Cincuenta años después, luego de múltiples posgrados, una destacada trayectoria y numerosos reconocimientos, se acaba de convertir en la primera educadora de párvulos en obtener el Premio Nacional de Educación. En ese tiempo, Peralta fue directora de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI), Coordinadora Nacional de Educación Preescolar del Ministerio de Educación y consultora experta en términos de educación de párvulo para UNESCO y UNICEF, entre otros. Hoy es directora del Instituto Internacional de Educación Infantil de la Universidad Central, y todo, dice, partió con ese extraño consejo de un médico medio siglo atrás.
—Como me gustaban muchos saberes, como ciencias, música, humanidades, vi en el plan de estudio de Educación Parvularia esa amplitud, pese a que era una carrera corta. Pero me fui dando cuenta de que necesitaba aprender cada vez más, porque era un mundo fascinante, muy complejo. Así es como hice los posgrados y sigo estudiando hasta el día de hoy —dice la educadora, de 69 años, que es magíster en Ciencias de la Educación, magíster en Antropología Sociocultural y doctora en Educación, además de haber estudiado también la carrera de Pedagogía en Música.
La primera vez que interactuó con niños, cuenta, fue en primer año de universidad, en 1969, cuando dirigió la creación del primer jardín infantil comunitario en Lo Arrieta, en Peñalolén, junto a sus compañeros de carrera. El centro de madres y la junta de vecinos habían pedido formar un establecimiento educacional para los niños más pequeños, que venían de familias de escasos recursos y sectores vulnerables de la comuna. Peralta supo que no se había equivocado de carrera.
—Eran niños diferentes a los de los libros clásicos de psicología que estudiábamos, que estaban hechos en países desarrollados —explica la educadora—. Ésta era la única oportunidad que tenían de hacer otras cosas, de soñar, escuchar un cuento, de poder estudiar ciencias, por ejemplo. Eso me motivó mucho.
A principios de los 70, María Victoria Peralta hizo clases en varios jardines infantiles y colegios de Santiago, y trabajó en el Ministerio de Educación elaborando programas educativos para preescolares, pero ella y varios de sus colegas fueron exonerados cuando comenzó la dictadura. Entonces, decidieron fundar juntos el centro de investigación y desarrollo profesional Parvus, con el que comenzaron a viajar por todo el país ofreciendo clases a educadoras de párvulos.
—Con nosotros se formó la cantidad más grande de educadoras durante la dictadura —dice Peralta—. A veces, como no tenían dinero para pagarnos, nos daban cajones de frutas y nos alojaban en sus casas.
En 1990, cuenta, Ricardo Lagos —entonces ministro de Educación—, le preguntó cuánto conocía el país, antes de decidirse a nombrarla directora de la JUNJI, y ella le habló de sus recorridos desde Arica a Magallanes, difundiendo prácticas que fueron claves para el desarrollo de la enseñanza preescolar chilena. Bajo su liderazgo, hasta 1998, la JUNJI pudo modernizarse administrativa y técnicamente, amplió su cobertura, mejoró la calidad de los jardines infantiles en todo Chile y se crearon programas alternativos como la atención en comunidades indígenas.
Hoy dice que no le sorprende que nuestro país se haya tardado tanto en otorgar el Premio Nacional de Educación a una educadora de párvulos. Cree que tiene que ver con una cuestión cultural y de género: es una labor, dice, que durante mucho tiempo fue mirada en menos, por ser realizada mayoritariamente por mujeres. Entre 1998 y 2001, cuenta, cuando estaba encargada de coordinar los programas educativos de preescolaridad, tuvo que enfrentar a miembros del aparato estatal que consideraban innecesario preocuparse de la enseñanza de niños pequeños.
—Me tocó escuchar comentarios del tipo “pero cómo van a hacer un currículum para las guaguas, si ese es un tema de pañales y mamaderas” —asegura—. Dolían esas cosas, porque no se reconocía el derecho a la educación del niño. Pero ahora es distinto, hemos visto un mayor apoyo y consideración a nuestra área.
Por eso, cuenta, este reconocimiento le resulta muy especial. Lo siente como un espaldarazo para todas las educadoras de párvulos de Chile. Más de ocho mil personas firmaron la petición para que su nombre fuera considerado como candidato al máximo premio que otorga el Estado y las jefas de carrera de Educación Parvularia de veinte universidades mandaron cartas entregándoles su apoyo.
El jurado del premio —conformado por la ministra de Educación, Marcela Cubillos; el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi; dos representantes del Consejo de Rectores, Jaime Espinosa y Diego Durán; y el ganador del premio en 2017, Abraham Magendzo— expresó que fue elegida porque “ha realizado un importante trabajo de formación inicial y capacitación docente en el país y en Latinoamérica (…) Especial reconocimiento tiene su contribución en la elaboración de currículos para párvulos, donde ha ejercido un liderazgo a nivel nacional e internacional”.
—Todas las educadoras queremos que nos visibilicen y reconozcan la importancia de nuestro trabajo —dice Peralta, Premio Nacional de Educación 2019—. Hemos avanzado mucho desde esos días, pero todavía queda un largo camino por recorrer.
Texto: Natalia Correa